lunes, 6 de julio de 2015

VÁLVULAS DE ESCAPE



Vivo en una ciudad llena de válvulas de escape: válvulas que contaminan, pero otras que también oxigenan. La vida en la ciudad es estresante, con largas distancias, tráfico, humo, ruido, prisas. Corremos y muchas veces no sabemos por qué.

Nos encontramos en un sinfín de actividades laborales, familiares y sociales que nos generan presión, angustia, ansiedad y depresión. Nos bajan las defensas y nos sube la tensión y al final nos pasan factura a nuestra salud. El trabajo excesivo, los problemas, las tensiones diarias, pero también la felicidad, la alegría, la satisfacción,…provocan en nosotros emociones fuertes, difíciles de contener e incluso de expresar, y acabamos llorando  de alegría y riéndo de nervios.

Nuestra capacidad de sentir y expresar emociones es lo que nos diferencia de los animales, yo diría que es lo que nos hace humanos, lo que revela tanto nuestra grandeza como nuestra debilidad, dos caras de la misma moneda y de la misma persona. ¿Cómo conjugar nuestra grandeza, el valor que tenemos como seres humanos únicos e irrepetibles, con nuestras debilidades? Tratamos de superar e incluso de esconder nuestras debilidades  para no parecer vulnerables, para mantener la imagen, el estatus, el puesto de trabajo. Nos encontramos con una dicotomía entre el personaje y la persona, entre lo que somos en nuestro fuero interno y lo que proyectamos. Muchas veces eso hace que nuestras emociones acaben embotellandose; y es entonces, cuando la presión es demasiado grande que necesitamos una válvula de escape para no estallar, no rompernos, para recompornernos y coger así nuevas fuerzas para seguir adelante.

Las lágrimas son una excelente válvula de escape. Cuando rompemos a llorar, las emociones se liberan como si las hubiéramos tenido atrapadas en una olla a presión. El llanto nos sirve para desahogarnos y sentirnos mejor, porque nos permite expresar emociones, nos ayuda a liberar nuestro organismo y nuestra mente de sentimientos y pensamientos negativos, actuando en nosotros como un excelente relajante.

Necesitamos “sacar vapor” ya sea para liberar tensiones o manejar nuestras ansiedades y angustia vital. La vida no es fácil para nadie, pero los cristianos contamos con el excelente recurso de la oración. Jesús nos dijo: “Venid a mi los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” Mateo 11:28. Algunos esperan descansar física y emocionalmente en las vacaciones, pero se llevan los problemas con ellos y vuelven emocionalmente agotados. Dios sabe lo importante que es para nosotros el descanso, por eso estableció seis días para trabajar y el séptimo para descansar Éxodo 20:9,10. Pero si no descansamos en El, si no nos paramos para ordenar nuestros caminos, nuestras agendas, nuestras vidas, como dice en Jeremías 6:16: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál es el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma” entonces nos daremos cuenta que hay cosas que se escapan de nuestro control como dice en Jeremías 10:23: “Conozco, oh Jehová, que el hombre no es Señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos”. Tenemos que confiar en la soberanía de Dios, en que el tiene lo mejor para nosotros, en que basta a cada día su propio afán.

Hacer ejercicio, cantar, bailar, pintar, viajar, ver nuestro programa favorito, quedar con un buen amig@, tomarse unos minutos para reflexionar, cuidar las plantas, leer una buena novela o cualquier otra actividad que nos guste y relaje nos ayudará a reducir la tensión momentáneamente. Pero solamente cuando vamos a Dios con nuestros problemas, nuestras tensiones y los dejamos en sus manos, es que podemos encontrar esa paz que sobrepasa todo entendimiento y que tanto anhela nuestra alma Filipenses 4:6,7

Celia Casalengua

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