viernes, 7 de agosto de 2015

Dones de Fe y Milagros

NUESTRO DIOS PUEDE RESOLVER CUALQUIER COSA
Parte XIV



En los días de hoy, no es difícil encontrar personas cristianas que ya nos saben si creen. Pero, creer en Dios nunca fue un problema para los primeros cristianos. Su fe no se apoyaba en discursos y teorías, sino que estaba anclada en la experiencia que hicieron del Espíritu Santo. Por esa razón, no dudaron, sino que permanecieron en una fidelidad impresionante y conmovedora. Al final, quien experimentó no puede dejar de creer. La efusión del Espíritu Santo es esa experiencia que transforma el corazón porque vuelve a Jesús la razón de nuestras vidas, se vuelve alegría de cada día pasado sobre la tierra, y el blanco de todas nuestras alabanzas y agradecimientos. De esa manera, el carismático vive en función de Dios y exactamente por eso está tan lleno de vida.

Es por sus actitudes que la persona se da a conocer. En un tiempo en que la autoridad religiosa es cuestionada y hasta aún combatida, el hombre que experimentó la dulzura del Espíritu Santo reafirma su fe en la Iglesia y se somete con amor a aquellos que Dios constituyó al frente de su pueblo. Una vez llenos de Espíritu Santo, el hombre y la mujer enfrentan todos los acontecimientos (fáciles o difíciles, alegres o sufridos) de una manera espontánea, amparados por la oración, conducidos por el amor, procurando comprender todas las cosas a la luz de la fe. Sea cual sea la situación, sea ella buena o dolorosa, el hombre que cree solo tiene una cosa que decir, un único pronunciamiento a hacer: “Gracias a Dios! El Señor sea alabado” Todo está en sus manos. Amen!”.

La confianza nace del amor que experimentamos; nace del amor de Dios que experimentamos; nace del amor derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. Debes saber que Dios te ama, y te ama con una ternura tan grande y generosa que no quiere que tu vida continúe como está. El quiere algo mucho mejor para ti. Exactamente porque te ama, preparó un plan lleno de bondad y sabiduría para tu vida. Plan que, puesto en práctica, dará mucha gloria al Señor y a ti una felicidad sin límites. Ese plan existe. La parte que nos toca es interpretarlo y ponerlo en práctica. No necesitamos estar recelosos y temerosos por saber que ya existe un camino trazado para nosotros. Dios no vino para cambiar nuestra vida ni arrancar de nosotros las cosas que necesitamos. Por el contrario, Él vino para conceder, liberar y rescatar. Vino a traernos una vida llena de paz y de alegría. Por lo tanto, no es necesario tener miedo ni estar desconfiados pensando que será movido, de un lado a otro, como una pieza en un tablero o como alguien que se limita a hacer lo que otros determinan. Definitivamente no será así.

Como personas libres y amadas, necesitamos descubrir cuál es la voluntad de Dios, acogerla y empeñar todas nuestras capacidades para que ella se realice en nosotros. Es necesario colaborar con ella si queremos que se realice. Surge aquí una pregunta que nos interesa: ¿por qué Dios no nos revela de una sola vez todo el plan que Él trazó para nosotros? Por cierto, porque Él quiere que vivamos de la fe, un día a la vez; tal vez porque El no quiere que vivamos fastidiados y llenos de tedio una vida sin sorpresas; o, tal vez porque El sabe que la naturaleza humana solo es capaz de comprender ciertas cosas en la medida en que las experimentamos. Si muchas veces no somos capaces de entender lo que estamos viviendo en el momento presente, imagina entonces lo que sería si intentásemos comprender lo que todavía ni comenzamos a experimentar. El Espíritu Santo quiere recordar a todos los que están ansiosos por descubrir el futuro, a todos los que están afligidos con la seguridad y el crecimiento de su patrimonio, que se preocupan en juntar riquezas en esta vida y se angustian por detalles que deben ser cautelosamente preparados para que todo suceda bien en el día de mañana, quiere recordarnos que tenemos un Padre en el cielo que sustenta a los pajaritos y reviste de belleza y perfume a las flores del campo. En ese momento el Padre ¿no trataría con cariño y atención todavía mayor a aquellos que fueron rescatados al costo de la Sangre preciosa de su Hijo? Todas las veces que te sientas angustiado, afligido, preocupado con el día de mañana, recuerda las palabras de Jesús:
“Por eso, yo te digo: no vivas preocupado con qué comer o beber, en cuanto a tu vida; ni con qué te vestirás, en cuanto a tu cuerpo. Al final, ¿la vida no es más que el alimento, y el cuerpo, pero qué es la ropa? Mira a los pájaros del cielo, no siembran ni recogen, ni guardan en graneros y el Padre del cielo los alimenta. ¿Será que no vales tú más que ellos? Quien de ustedes puede, con su preocupación, hacer crecer un solo día la duración de su vida? Y por qué estar tan preocupados con la ropa? Mira como crecen los lirios del campo. No trabajan ni tejen. Yo te digo, ni Salomón, en toda su gloria, jamás se vistió como uno solo entre ellos. Mira, si Dios viste así la hierba del campo, que hoy está ahí y mañana es lanzada al horno, no hará Él mucho más por ti, gente frágil de fe? Por lo tanto no vivas preocupado diciendo: “¿Qué vamos a comer? ¿Qué vamos a beber? ¿Cómo nos vamos a vestir?” Los paganos son los que viven preocupados de todas esas cosas. Tu Padre del cielo que está en el cielo sabe que precisas de todo eso. Busca en primer lugar el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas serán dadas en abundancia. Por lo tanto, no se preocupen por el día de mañana pues el día de mañana tendrá su propia preocupación! A cada día le basta su aflicción! (cfr. Mateo 6,25-34)


Dios quiere socorrernos. Pero quiere también que seamos vencedores.
Mientras vivimos en éste mundo tendremos que cuidar de un día a la vez. Y, cada día, tendremos que batallar para conquistar nuestros objetivos. Sin esfuerzo nadie mejora. Sin empeño la persona no progresa. Somos limitados y los desafíos son tantos, ¿cómo podremos superar los obstáculos? Tengamos confianza y, con San Juan, digamos: la victoria que vence al mundo es nuestra fe (cfr. 1 Juan 5,4).
 La efusión del Espíritu santo vuelve al hombre capaz de vencer cualquier cosa y de superar sus grandes limitaciones. Pues, si todo es posible para quien cree, una vez que creemos, Dios nos concederá lo que todavía nos falta. La fe es una sola, pero recibe de Dios la condición de obtener todas las cosas. Ella es el medio por el cual la omnipotencia del Señor se manifiesta a favor de los que creen. 
Todo puede el hombre que cree porque, así como hierro sumergido en el fuego ilumina y quema, el hombre sumergido en Dios queda lleno de la luz divina y arde pleno de su fuerza. Por la fe construimos un refugio poderoso donde estaremos protegidos y seguros de todas las armadillas y agresiones de los que nos odian. Son terribles los ataques de la tentación, pero la fe en Jesús puede más que todos los demonios juntos. Quien confía en Dios no tiene que temer pues, como el fuego hace desaparecer el frío y la oscuridad, la fe suscita la presencia de Dios, delante de la cual desaparece el poder del mal. Eso procuraba recordar David cuando sentía que sus fuerzas flaqueaban:
“confiaré en ti que conoces mi nombre, pues nunca abandonas a los que te buscan, Señor” (Salmo 9,11); “Aunque acampe contra mi un ejército mi corazón no temerá. Si me declaran la guerra, aún así tendré confianza” (Salmo 26,3)
La fe es un escudo poderoso, una gran protección, una fuerza, un recurso para todas las circunstancias. Ella es un chorro de Agua Viva con la que se apagan las llamas del Maligno, es una protección que nos abriga de todos los peligros, es una fuerza que nos desenreda de todos los embustes de la tentación, es un recurso que nos abastece de todos los bienes y nos abre todas las puertas. Esa asistencia de Dios es preciosa porque todos tenemos que hacer elecciones y tomar decisiones. Consecuentemente, nadie escapa a la marca de tener que enfrentar las obligaciones. De una forma u otra, es necesario reaccionar, actuar delante de las dificultades. Y en la vida hay tres maneras de resolver un problema: sin fe, con poca fe o con una fe generosa. Quien no tiene fe dice: “necesito resolver este mi problema!”. Entonces, se arremanga y piensa, trabaja, corre para un lado y para otro haciendo lo que puede, busca ayuda en todo tipo de gente, pero nunca recurre a Dios. ¿Hasta donde podría avanzar esa persona cuando el propio Jesús afirma que sin Él nada podemos hacer? Quien tiene poca fe dice: “Si Dios me ayuda voy a resolver el problema!” El hasta pide la ayuda del Señor, pero en verdad, no cuenta con ella. Cree más en sí y en sus capacidades que en la posibilidad de que Dios intervenga en su favor. El quiere que Dios le ayude, pero prefiere garantizarse haciendo él mismo el servicio y apenas pidiendo al Señor que bendiga lo que el, por sí mismo, ya decidió hacer. Quien tiene una fe generosa dice: “Confío que todo se hará conforme a la voluntad de Dios”. Y, sin quedar de brazos cruzados, el entrega todo a la manos del Padre, porque sabe que “el corazón humano proyecta el camino, pero es el Señor que dirige los pasos” (Pr 16.9) 

Más que de nosotros, es de Dios de quien viene la solución. Por eso está escrito: “Confía tus negocios al Señor y tus planes tendrán buen éxito” (Pr. 16,3) Confiar, en ese caso, no es ser irresponsable y falto de compromiso. Y, sí, hacer todo como si todo dependiese de ti sabiendo que todo depende de Dios. Se trata de usar de nuestras capacidades y utilizar todo nuestro empeño, sin jamás olvidarnos que somos colaboradores del Señor, abiertos a su voluntad, conscientes de que es El quien todo hace. Confiemos nuestros problemas al Señor, contándole humildemente nuestras luchas. Como hijos queridos delante de su Padre bondadoso y tierno, podemos esperar con el corazón confiado hasta que Dios intervenga, pues, infaliblemente, El lo hará. Así que cuando levantamos delante de Él nuestra súplica, podemos de inmediato agradecerle porque es una cuestión de tiempo hasta que Él responda. Aunque le hallamos pedido las cosas más difíciles, podemos confiar porque Él es fiel y va a actuar (cfr. Salmo 36,5) Aunque todo parezca estar yendo en la dirección equivocada, continuamos firmes en la confianza, sin angustiarnos por no saber cuales son los caminos que Dios usará para atendernos, pues El mismo ya nos avisó que su modo de actuar es diferente del nuestro. (cfr. Is 55,8) En vez de entregar nuestra alma a la tristeza y quedar atormentado nuestro pensamiento con preocupaciones, podemos, por la confianza, descansar en el Señor que nos alivia de los pesos.

Del libro: “Dons de Fé e Milagres”
Márcio Mendes
Editorial Cançao Nova
Adaptación Del original em português.

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