“Al desembarcar Jesús y encontrarse con tan gran gentío, sintió compasión de ellos y sanó a sus enfermos” (Mt 14,14).
Jesús partió de la barca para retirarse a un lugar desierto, lejos, no porque Él quería huir de las personas y apartarse de ellas; por el contrario, Él quería ser alimento para ellas, por eso Él se aleja para alimentarse y saciarse de la presencia y de la comunión con el Padre. Esa comunión sólo ocurre cuando Jesús se retira a la soledad, al desierto, al monte, al lugar de oración.
Si queremos ser alimento para los demás, nosotros necesitaremos primero ser alimentados y saciados por el Señor. Para eso, necesitamos de los momentos de oración, de espiritualidad, de retiro, de estar a solas con Dios para ser saciados y para que de ese modo podamos saciar a los demás.
Jesús ve una multitud sedienta, hambrienta, enferma, carente y es impulsado por una profunda compasión. Solo quien entra en el interior de si mismo, percibe sus propias miserias y es capaz de tener también misericordia y compasión del sufrimiento, del dolor y de la miseria de los demás. Quien no se conoce no es capaz de conocer a nadie, tampoco amar y ayudar a los más necesitados.
Jesús, por conocer su Interior y alimentarlo con la presencia divina del Padre, va a cuidar también de aquella multitud. Primero con el Pan de la Palabra, la Palabra que consuela, conforta, anima,dirige, sana, libera y restaura. La Palabra que hace nuevas todas las cosas. Es con esa Palabra que Jesús alimenta Su pueblo, es con esa misma Palabra que necesitamos alimentarnos y alimentar unos a los otros.
Existen muchas personas desanimadas, desamparadas, que ya perdieron el sentido de la vida, a las cuales necesitamos, con la fuerza de la Palabra de Dios, animar, sanar, resucitar, bendecir y levantar cuando estén postradas, porque la Palabra del Señor tiene fuerza y poder.
Sin embargo, nuestra prédica y nuestra presencia en la vida del otro también debe ser concreta. No es que lo espiritual no sea concreta, porque ella da ánimo a nuestro cuerpo y nuestra vida, pero nosotros también necesitamos del alimento y del pan de cada día. Así como nosotros nos alimentamos, necesitamos también alimentar a los que no tienen que comer ni que beber.
Tenemos que multiplicar lo que tenemos. En la cuenta del Reino de Dios quien comparte no pierde, sino que multiplica y crece. Entonces, cuando compartimos lo que tenemos con los demás, Dios multiplica todo en nuestra mesa, en nuestra casa, en nuestra familia. ¡Deja de ser tacaño! Muchas veces te la pasas economizando y ahorrando dinero – es bueno ser prudente y económico -, pero comparte y cuida de quien no tiene nada; y quien más te dará de todo será el propio Dios.
¡Dios te bendiga!
Padre Roger
Sacerdote de la Comunidad Canción Nueva
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