Pero, ¡cuánto más claramente deben haber entendido los discípulos el significado de la transfiguración después de ver al Señor resucitado y de que el Espíritu Santo descendiera sobre ellos en Pentecostés! Años más tarde, Pedro recordaba claramente esta profunda experiencia, describiéndose como testigo de la “majestad” de Jesús (2 Pedro 1, 16-18). Es obvio que este glorioso evento fue para él una fuente de fortaleza que recordó toda su vida.
A veces el Señor se comunica con sus fieles de modos misteriosos o difíciles de interpretar, o no sabemos cómo reaccionar frente a un pasaje revelador de la Escritura o entender lo que nos parece decir el Señor. Pero el hecho de que no podamos desentrañar estos misterios de inmediato no quiere decir que debamos descartarlos. Por el contrario, guardémoslos como tesoros en el corazón. Escribe en un diario de oración, querido lector, todo lo que el Señor te permita ver y conocer; recuérdalo a menudo, y observa cómo da fruto poco a poco.
A la edad de nueve años, Juan Bosco tuvo un sueño en el que vio animales salvajes convertidos en mansos corderos y niños rebeldes, en niños educados. Ese sueño le convenció que estaba llamado a cuidar a los niños necesitados y que para eso debía hacerse sacerdote y maestro. Pero la realización de su sueño le costó muchos años y algunas contrariedades. En diversas ocasiones sintió la tentación de desistir de su empeño. Pero se mantuvo firme, confiando en la fidelidad de Dios. Como San Juan Bosco, mantengámonos nosotros firmes en todos los aspectos en que hayamos sentido que Dios nos toca. El Señor tiene un plan bueno y perfecto para cada uno, que se revelará a medida que confiemos en él.
“Señor mío Jesucristo,abre mis ojos para ver tu gloria en lo ordinario de mi vida.Concédeme sabiduría y entendimiento para comprenderlos designios que has dispuesto para mí.”
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