jueves, 8 de octubre de 2015

LUCAS 11, 5-13

¿De qué sirve la fe si no va acompañada de la confianza y la persistencia? No sería más que una creencia ilusoria. Jesús lo explicó contando la parábola del hombre que no dejó de importunar a su vecino sino hasta que éste le hubo dado lo que necesitaba.
La idea es clara: Dios quiere que confiemos en él con perseverancia, y con un profundo deseo de recibir su bendición. Y si no nos da inmediatamente lo que le pedimos no es porque esté demasiado ocupado o no quiera atendernos; lo más probable es que quiera hacernos esperar, porque sabe que la constancia y la perseverancia pueden producir un cambio en el ser humano. Como lo dijo San Pablo: “El sufrimiento nos da firmeza para soportar y esta firmeza nos permite salir aprobados y el salir aprobados nos llena de esperanza” (Romanos 5, 3-4).

Lo malo es que, si no recibimos una respuesta inmediata, fácilmente nos decepcionamos y terminamos por desentendernos de Dios y procuramos buscar nuestras propias soluciones. Pero Jesús nos insta a seguir llamando y pidiendo, y nos promete que abrirá la puerta y derramará su Espíritu sobre todos los que se lo pidan.

Cuando Dios se demora en responder a nuestras peticiones puede ser que quiera enseñarnos a tenerle un temor santo. El Señor es Dios; nosotros somos meros humanos; él es bueno, santo y justo; siempre digno de toda nuestra confianza y obediencia, aunque nuestra vida no sea la mejor de todas. El fundamento de nuestra fe, firme como una roca, es la propia revelación de Dios en Cristo Jesús, no los altibajos del diario vivir. Así como el amigo persistió hasta que su vecino finalmente le dio lo que necesitaba, nosotros también recibiremos lo que necesitemos en nuestras situaciones personales.

Si somos fieles y persistentes, Dios podrá hacer que seamos instrumentos aptos para su gloria; si esperamos en él, podemos aprender a confiar en su fidelidad y, si crecemos en esa confianza, sabremos ayudar mejor al prójimo. Con el tiempo, el Señor podrá usarnos cada vez más para manifestar su amor y su poder en el mundo.
“Padre celestial, te doy gracias porque eres amoroso, tierno y bondadoso. Confío en que si persisto en la oración y la obediencia, tú, Señor, derramarás tu Espíritu Santo en mí para infundir en mi corazón el carácter de tu Hijo Jesús.”

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