martes, 1 de marzo de 2016

Meditación: Mateo 18, 21-35

No hace falta indagar mucho para darse cuenta de que en el mundo actual hay una gran falta de amor y compasión.

La vida personal y familiar, las comunidades e incluso el mundo entero serían diferentes si todos aceptáramos y practicáramos el mandato de Jesús de amar a Dios y al prójimo. ¡Qué extraño resulta que siendo el amor de Dios como un bálsamo que alivia y sana las heridas profundas y dolorosas causadas por el odio y el resentimiento, por lo general nos resistimos a aplicarnos ese bálsamo a las heridas que tenemos!

Dios nos ha dado a conocer su amor en su Hijo Jesucristo, cuya vida y misión se caracterizaron por el amor. Su pasión, muerte y resurrección fueron la demostración patente de un amor y una misericordia jamás igualados: “Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos” (Juan 15, 13). ¿Podemos acaso siquiera empezar a discernir la inmensidad de este amor compasivo?

La voluntad del Padre para su pueblo es que todos tengamos parte en su vida divina por medio de Jesús. Por eso, cuando leemos que el Señor nos enseña que hay que perdonar “setenta veces siete” (Mateo 18, 22), es preciso reflexionar sobre esta parábola del perdón a la luz de lo que Dios desea para su pueblo y del ejemplo que Jesucristo nos dio. Por lo general, nos encerramos en nosotros mismos y decimos que no podemos perdonar, cuando en realidad tenemos que mirar a Jesús, que no se limitó a hablar del perdón, sino que perdonó sin condiciones ni medida, incluso a sus verdugos.

La capacidad de demostrar amor y compasión es fruto de la unión con el Padre por medio de Cristo. Nuestra compasión es la misma que Jesús tuvo con nosotros, y ella nos exige no cansarnos nunca de obedecer a Dios ni de hacer su voluntad, y no perder jamás la esperanza. Esta compasión produce curación, y consuelo, reconforta, perdona, alivia el dolor y lleva a muchos a la salvación; no excluye a nadie, y podemos ejercitarla por medio de nuestras acciones, palabras y oraciones. Es, sin duda, el bálsamo que restaura la salud del mundo.
“Señor Jesús, te doy gracias por ser mi fuente de amor y misericordia. Ayúdame a estar siempre consciente de las oportunidades que encuentro en la vida para ser instrumento de tu divina misericordia, y actuar conforme a ello.”
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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