Homilías sobre el Evangelio según San Lucas, numero 3.
« Grande a los ojos del Señor »
Al ver el ángel Zacarías se turbó. De hecho, cuando una figura desconocida se presenta a las miradas humanas, ésta confunde la inteligencia y atemoriza al corazón. Es por eso que el ángel, conociendo la naturaleza humana, lleva primero el remedio a su temor por medio de estas palabras: «No temas Zacarías». Reconforta su alma asustada y la llena de alegría por este nuevo mensaje: «tu petición ha sido escuchada: Isabel, tu mujer, te dará un hijo, a quien pondrás por nombre Juan y te llenará de gozo y alegría». Incluso ahora el nacimiento de Juan es para todo el mundo el anuncio de una feliz noticia. Aquel que consiente a tener hijos, y a asumir esa responsabilidad debe suplicar a Dios que su hijo sea capaz de hacer una similar venida al mundo, y ese nacimiento le procurará también una gran alegría.
Está escrito que Juan «será grande a los ojos del Señor». Esas palabras revelan la grandeza del alma de Juan, la grandeza que aparece a la mirada de Dios. Pero también hay una cierta pequeñez del alma. Es así, al menos, que comprendo ese pasaje del Evangelio: «cuídense de menospreciar a uno de estos pequeñitos que están en la Iglesia» (Mt 18:10). No se me pide que menosprecie al que es grande, porque el que es grande no puede ser despreciado; pero me dicen: «No menosprecies uno de estos pequeñitos»: «pequeñito» y «pequeño» no son palabras tomadas al azar.
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