San Esteban, protomártir
Hoy es el día después de Navidad. Todavía estamos disfrutando del resplandor de la estrella de Belén, los gloriosos coros angélicos y los apacibles animales del pesebre.
Luego llega Esteban para despertarnos. ¿Por qué sitúa la Iglesia la fiesta de un mártir justo el día después de la Natividad del Señor?
Quizás una mejor pregunta sería por qué decidió Cristo tomar un cuerpo humano. Sabemos que él vino a traer una vida nueva, a restaurar la Creación, a destruir el pecado y llenarnos de su Espíritu Santo. Y Esteban es la personificación perfecta de esta vida nueva. En él vemos cómo luce un testigo vivo de Cristo, vemos lo que puede lograr un buen instrumento del Espíritu Santo.
Esteban era diácono y servía incansablemente a la Iglesia. Dirigiéndose a los jefes de la sinagoga, les ofreció palabras de sabiduría e inspiración, y cuando se vio frente a la amenaza de muerte, encontró la fortaleza y la inspiración del Espíritu Santo. Y en su martirio, vio los cielos abiertos y a Jesús el Mesías sentado en su trono de gloria. Todo esto sucedió porque Esteban había aprendido a confiar en el Espíritu Santo.
No hay duda de que Esteban fue un gran héroe; un símbolo de valor, convicción y gozo cristiano frente a un gran peligro. Pero no olvides que tú también tienes acceso al mismo Espíritu que formó y fortaleció a Esteban; también puedes llegar a ser un héroe como él. Tal vez no estés llamado a sufrir un martirio, y posiblemente no tengas que afrontar una persecución abierta; pero sí tendrás innumerables oportunidades para hacer brillar la luz de Cristo en la oscuridad del pecado, la confusión, la desconfianza y el odio.
La iglesia te necesita. Nada puede desvirtuar con más fuerza la furibunda marea de odio contra el Evangelio que hoy vemos en el mundo que el testimonio gozoso y confiado de los cristianos llenos del Espíritu Santo. Así pues, adopta a Esteban como tu modelo. Deja que la celebración de ayer anime tu determinación de construir la Iglesia de Cristo y proclamar su buena noticia hoy día.
“Jesús, Señor mío, tú ya no eres un pequeño Bebé en el pesebre; tú eres Aquel que trae la vida del cielo a la tierra. Lléname del Espíritu Santo, te ruego, para que yo sea un buen testigo tuyo.”
Hechos 6, 8-10; 7, 54-59
Salmo 31(30), 3-4. 6. 8. 16-17
Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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