Si hubiera un empleo cuyo requisito fuera haber pasado mucho tiempo con Jesús, ciertamente Juan estaría calificado para realizarlo.
Él fue uno de los pocos apóstoles que estuvieron presentes en la Transfiguración, en la Última Cena y en el huerto de Getsemaní, y el único apóstol que permaneció al pie de la cruz de Cristo.
En lugar de ser conocido como “el discípulo amado” (Juan 13, 23), bien pudo haberse dicho “el discípulo que amaba a Jesús”.
Y es precisamente esta cercanía al Señor lo que les da a las palabras de Juan el peso que tienen. Si Juan hubiera simplemente escuchado acerca de Jesús y luego decidido comenzar a predicar el Evangelio, habría tenido una influencia mucho menor. Sin embargo, Juan sabía que él no estaba propagando “fábulas ingeniosamente inventadas” (2 Pedro 1, 16); sus palabras llevaban la eficacia de la verdad, porque él había tenido una especial conexión con Cristo.
Pero la historia no termina con lo que Juan vio y escuchó. Cada uno de nosotros puede “ver y escuchar” a Jesús en la quietud del corazón. Y eso puede suceder de una manera profunda cuando leemos y ponderamos la Sagrada Escritura. ¿Por qué? Porque la Palabra de Dios es “viva y eficaz”, y está llena del Espíritu y del potencial de situarnos cara a cara con el Señor (Hebreos 4, 12). Y por esta razón, la Escritura tiene el poder de hacer que las palabras y la persona de Cristo cobren vida para nosotros y nos transformen totalmente.
Si tú quieres profundizar en la Escritura, considera a San Juan como punto de partida. Su primera carta, que vamos a leer durante el tiempo de Navidad, nos comunica un entendimiento maravilloso de la Persona de Jesucristo, de su obra redentora y de lo que nosotros podemos experimentar gracias a la salvación que él ganó para nosotros. Así que dedica estas próximas semanas a leer los escritos de San Juan, mientras él te revela más y más acerca de Cristo. Lee lentamente y en oración; dale al Espíritu Santo la posibilidad de hablarte al corazón. Quién sabe si tú puedes también llegar a ser como Juan, deseoso de contar a todos lo que has “visto y oído”.
“Espíritu Santo, Señor, abre mi corazón para recibir la Palabra de Dios. Inspírame, te lo ruego, para dedicarme de lleno a conocer a Jesús, como Juan lo hizo.”
Salmo 97(96), 1-2. 5-6. 11-12
Juan 20, 2-8
No hay comentarios:
Publicar un comentario