Esta es una imagen que destila paz: un árbol frondoso, plantado “a la orilla de un río”, con raíces profundas en tierra fértil; un árbol que tiene garantizada la savia vital y el frescor de la corriente de agua.
¿No sería estupendo que nosotros también pudiéramos estar siempre conectados a la fuente de nutrición?
La buena noticia es que sí tenemos este tipo de nutrición constante: se llama Jesucristo, nuestro Señor. ¿Cómo podemos captar esa refrescante fuente de vida? En lo que nos enseñan los santos, se destaca en forma constante una forma en particular: la adoración eucarística.
Así lo explicaba Santa Catalina Labouré:
“Cuando voy a la capilla, me pongo en la presencia de nuestro buen Señor, y le digo: ‘Señor, aquí estoy. Dime lo que quieres que haga’… Después, le cuento mis penas y alegrías y escucho lo que él me diga. Si pones atención, Dios también te hablará a ti, porque con el buen Señor, tú tienes que hablar y escuchar. Dios siempre te habla cuando te acercas a él con humildad y sencillez.”
Santa Catalina cuenta que pasaba un tiempo de mucha paz y reposo en la presencia del Señor ante el Santísimo Sacramento y escuchaba con atención. En esto se parecía mucho al árbol del salmista, que absorbe apaciblemente el constante flujo de vida. Nosotros también podemos hacerlo. La adoración eucarística tiene la virtud de separarnos por un tiempo de las responsabilidades cotidianas, y es un momento propicio para escuchar, aprender y recibir. Más allá de pronunciar una letanía de preocupaciones, basta con simplemente sentarse en la presencia del Señor y disfrutar de su esplendorosa compañía.
Trata de hacer esto la próxima vez que vayas a la adoración eucarística: siéntate frente a Jesús sin llevar un plan preconcebido y disfruta de su compañía. Permite que la paz de Cristo compenetre todo tu ser en aquellos momentos. Si te cuesta concentrarte, imagínate el árbol plantado junto a corrientes de agua. Cuanto más tiempo pases con el Señor, más cómodo y relajado te sentirás y más fácil te parecerá percibir la presencia de Cristo y escuchar su voz. Así que, ¡anda! Descansa junto al río de agua viva y absorbe la bendición.
“Cristo Jesús, Señor mío, te doy gracias por el don de la adoración eucarística. Realmente, es para mí una bendición gozar de tu presencia.”
Isaías 48, 17-19
Mateo 11, 16-19
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