Hay en cada uno de nosotros, lo sabemos bien, un ser ávido de celebridad y de poder, o un fondo de depresión, de tristeza, de "todo me importa un bledo", "todo me da lo mismo". Y esto es así, ya sea que nos seduzca la riqueza o el deseo de que nos conozcan y nos quieran, o que seamos seres depresivos, tristes, que van en busca de compensaciones. Y toda nuestra vida tiene que ser una transformación progresiva de nuestra conciencia, para ir entrando poco a poco en la conciencia del Padre. La conciencia del mundo me lleva a relacionarlo todo conmigo: me hace ver a los demás únicamente en función de mí; y hace que les utilice; me hace levantar a mi alrededor barreras de temor y de miedo. Jesús vino a hacernos pasar de la conciencia en donde busco mi propio yo, -"mis" riquezas, "mi" gloria, "mi" poder, donde intento demostrar algo y donde soy incapaz de mirara los ojos de mi hermano herido, porque todo lo reduzco a mi yo egocéntrico-, a una conciencia nueva, que es la certeza de que soy llevado en las manos de mi Padre.Entonces ya no necesito probar nada; ya no necesito tener miedo a la soledad, a la muerte o a mis propias debilidades.
Jean Vanier, No temas amar, P 20
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