Cristo ama la infancia que al principio él mismo asumió tanto en su alma como en su cuerpo. Cristo ama la infancia que enseña humildad, que es la norma de la inocencia, el modelo de la dulzura. Cristo ama la infancia, hacia la que orienta la conducta de los adultos, hacia la que conduce a los ancianos y llama a imitar su propio ejemplo a aquellos que deseen alcanzar el reino eterno.
Pero para entender cómo es posible realizar tal conversión, y con qué transformación él nos revierte a una actitud de niños, dejemos que san Pablo nos instruya y nos lo diga: «Para aquel que tenga sentido común, no se debe ser un niño pequeño en cuanto a vuestros pensamientos, sino un niño pequeño en lo que respecta a la malicia» (1Cor 14,20). Por lo tanto, no debemos volver a nuestros días de infancia, ni a las torpezas del inicio, sino tomar alguna cosa que pertenece a los años de madurez; es decir, apaciguar rápidamente las agitaciones interiores, encontrar rápido la calma, olvidar totalmente las ofensas, ser completamente indiferente a los honores, amar y reencontrarse juntos, guardar la igualdad de ánimo como un estado natural. Es un gran bien no saber cómo dañar a otros y no tener gusto por el mal...; no devolver a nadie el mal por el mal (Rom 12,17), es la paz interior de los niños, la que le conviene a los cristianos... Es esta forma de humildad la que nos enseña el Salvador cuando era niño y fue adorado por los magos.
León Magno
Sermón: La infancia que Dios espera de nosotros
«El Reino es de los que son como ellos» (Mc 10,14)
Sermón 7º para la Epifanía, 3. 4: SC 22 bis, PL 54, 258
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