Cuando Jesús despidió al joven rico decepcionado (Marcos 10, 17-22), seguramente sus seguidores no supieron qué más tenían que hacer para entrar en el Reino de Dios. Después de todo, al parecer este joven había hecho todo lo que debía hacer, pero Jesús quería más, e incluso le propuso que renunciara a sus riquezas y lo siguiera. Al escuchar esto, posiblemente pensaron que por mucho que ellos se esforzaran ¡jamás sería suficiente!
El Señor los calmó diciéndoles que los sacrificios que ya habían hecho no eran en vano ni quedarían sin recompensa, porque él conocía bien todo lo que ellos habían dejado atrás y sabía cuántos más sacrificios y vicisitudes tendrían que pasar. Pero, fuera lo que fuera que tuvieran que hacer, Jesús quería asegurarles con absoluta claridad que jamás los abandonaría.
Cristo conoce perfectamente bien los sacrificios que hacemos nosotros, y lo que nos promete es generoso: El ciento por uno, ahora en el presente… y en el mundo venidero, la vida eterna. Él no se deja ganar en generosidad. Pero añade: Con persecuciones. Jesús es realista y no quiere engañar a nadie, y menos a sus seguidores fieles. ¿Qué significa esto? Que si somos discípulos suyos, si lo somos de verdad, nos toparemos con dificultades y problemas a veces bastante graves y serios. Sin embargo, para el Señor, las persecuciones y las dificultades son una especie de premio, ya que nos ayudan a crecer, si las sabemos aceptar y vivir como ocasiones de crecer en madurez, en entrega y en responsabilidad. Todo aquello que es motivo de sacrificio nos asemeja a Jesucristo, que nos salva por su muerte en la cruz.
Siempre estamos a tiempo para examinar la vida que llevamos y acercarnos más a Jesucristo. En estos tiempos y en cualquier momento podemos descubrir —por medio de la oración y los sacramentos— si entre los discípulos que él busca estamos nosotros, y veremos también cuál ha de ser nuestra respuesta a esta llamada. Junto con las respuestas radicales, como las de los apóstoles, hay otras menos drásticas, pero también válidas. Para muchos, dejar “casa, hermanos, hermanas, madre, padre...” significa dejar todo obstáculo que nos impide vivir en profundidad la amistad con Jesucristo y, como consecuencia, ser testigos suyos ante el mundo. Y esto es urgente.
“Jesús, Señor y Salvador mío, ayúdame a entregarte todas las situaciones de mi vida para que tú habites más plenamente en mí.”
Eclesiástico 35, 1-12
Salmo 50, 5-8. 14. 23
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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