sábado, 2 de marzo de 2019

Ser como niño: Amar y ser libre

«Quien no reciba el Reino como un niño no entrará en él» (Mc 10,15)

Ciertamente, allá en el Cielo, tendremos un corazón libre de pasiones, un alma toda purificada de distracciones, un espíritu libre de contradicciones, y fuerzas exentas de repugnancias. Por tanto, amaremos a Dios con una perpetua y jamás interrumpida dilección. 

Pero este amor tan perfecto no podemos pretenderlo en esta vida mortal, ya que aún no poseemos ni el corazón, ni el alma, ni el espíritu, ni las fuerzas de los bienaventurados; aquí nos basta con amar con todo el corazón y todas las fuerzas que tenemos. 

Mientras somos niños, somos buenos como niños, hablamos como niños, amamos como niños; cuando seamos perfectos allá arriba en el Cielo, dejaremos de ser niños y amaremos a Dios con perfección. 

Pero mientras estamos en la infancia de nuestra vida mortal, no debemos dejar de hacer lo que podamos, como se nos ha mandado, puesto que podemos hacerlo; y es más: nos es fácil, ya que se trata del mandamiento del amor y del amor de Dios, que es soberanamente bueno, soberanamente amable. 

La verdadera virtud no tiene límites, va siempre más allá, y sobre todo la santa caridad, que es la virtud de las virtudes, pues teniendo un objeto infinito, sería capaz de volverse infinita si encontrase un amor capaz del infinito... 

La caridad en nosotros, puede ser perfeccionada hasta el infinito pero exclusivamente; es decir, que la caridad puede siempre hacerse cada vez más excelente, pero no puede ser infinita. 

Es un favor extremo que Dios hace a nuestra alma, el de poder crecer sin fin, cada vez más, en el amor de Dios, mientras aún está en esta vida caduca. 

«Anda en mi presencia y sé perfecto», dice Dios. El camino no se ha hecho para sentarse sino para caminar.

Francisco de Sales
Tratado del Amor de Dios: Ser como niño: Amar y ser libre
«Quien no reciba el Reino como un niño no entrará en él» (Mc 10,15)
V, 169

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