domingo, 1 de octubre de 2017

Fe y esperanza... no se puede una sin la otra

Ningún creyente carece de esperanza, y quien no tiene esperanza es porque no es creyente.







La esperanza florece en el corazón, como la fe, de la que es prueba y testimonio, porque viven juntas. Ahí donde hay fe, también hay esperanza. Ningún creyente carece de esperanza, y quien no tiene esperanza es porque no es creyente. La esperanza es una virtud, como la fe. Por eso no puede ser impuesta desde fuera. La esperanza que no brota de la fe y que no tiene su cimiento en el corazón, se convierte tarde o temprano en maldad, porque provoca un coraje irracional, y los pensamientos irracionales insultan los atributos divinos. La verdadera esperanza lleva a la salvación, mientras que la falsa esperanza, a la muerte. La falsa esperanza lleva rápidamente a la desesperanza, y esta es la ausencia de fe y virtudes.

La esperanza en Cristo es la dulce espera de la vida eterna. Por eso, el Santo Apóstol Pablo dice a os romanos: “Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo ... y nos glorificamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún; nos glorificamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”.

(Traducido de: Sfântul Nectarie, Morala creștină în curs de publicare la Editura Doxologia, traducere realizată după Apanta erga vol. IV, Atena 2010)

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