En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle la llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: "Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas." Pero Abrahán le contestó: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros." El rico insistió: "Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento." Abrahán le dice: "Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen." El rico contestó: "No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán."Abrahán le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."»Palabra del Señor
Comentario al Evangelio
Fernando Torres Pérez, cmf
Fernando Torres Pérez, cmf
Hay un asunto en el Evangelio y en la vida cristiana que no hay que olvidar. Me refiero al tema de la responsabilidad personal. De alguna manera, y asumiendo todas las limitaciones que tiene nuestra libertad, tan condicionada por tantísimas cosas, somos los responsables de nuestras decisiones, del camino que vamos tomando en la vida, de cómo vamos rellenando ese libro en blanco que es la vida de cada persona al comenzar su andadura vital.
Obviamente esa responsabilidad personal hay que conjugarla con la misericordia, tan presente en el Evangelio. El amor del Padre es eso, amor de padre, amor infinito. Y ese es el prisma con el que nos mira. Pero eso no quita para que seamos llamados a crecer como personas y asumir las riendas de nuestra vida como seres adultos, responsables y maduros.
El evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre la responsabilidad que tenemos de las decisiones que tomamos. No podemos ser como niños que, cada vez que les pillan en falta, miran para otro lado y dicen que no sabían nada o que no se habían dado cuenta o, incluso, señalan a otro como culpable. El rico Epulón tiene una clara responsabilidad sobre su vida hecha de banquetes, de buena vida y, sobre todo, de no mirar a sus hermanos más pobres, representado en Lázaro, el mendigo de su puerta, como personas, de ser indiferente ante su dolor, su pobreza, su enfermedad.
Conocí una vez a un hombre que me dijo que no había visto nunca que en su país hubiese pobres por la sencilla razón de que siempre había viajado en el coche de su padre y éste tenía los cristales tintados. Ciertamente mientras que fue un niño pudo no ser responsable pero a partir de una determinada edad debemos empezar a asumir las consecuencias de nuestros actos. Para bien y para mal. A veces el asunto no consiste en que se nos presente un testigo delante. Esa presencia puede ser perfectamente inútil si nosotros no abrimos los ojos y el corazón a su presencia. Y lo de abrir los ojos y el corazón es responsabilidad nuestra. Aunque muchas veces nos cueste reconocerlo.
Otro día hablaremos de la misericordia de Dios. Pero no conviene olvidar lo comentado. Porque Dios no nos llama a ser perpetuos niños sino a crecer como personas libres y maduras.
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