jueves, 12 de marzo de 2015

TIENEN OREJAS Y NO OYEN

Tienen orejas y no oyen (III Jueves de Cuaresma)

Por Angel Moreno - Jueves, 12 de marzo de 2015 para Ciudad Redonda
(Jr 7, 23-28; Sal 94; Lc 11, 14-23) 
Tienen orejas y no oyen
Impresiona la denuncia del profeta de quienes, habiendo sido testigos de tantos prodigios como el Señor hizo con ellos, desoyeron sus mandatos y tomaron el camino independiente de la voluntad divina. “Desde que salieron vuestros padres de Egipto hasta hoy les envié a mis siervos, los profetas, un día y otro día; pero no me escucharon ni prestaron oído” (Jr 7, 25)

El salmista -y la Iglesia escoge este texto muchos días para comenzar la jornada-, expresa el deseo de lo que es más conveniente para que no nos suceda como a los que señala Jeremías: “Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masa en el desierto” (Sal 94).
Hay un demonio que es sordo y mudo, y que impide oír la Palabra del Señor y seguirla. Tener el oído cerrado es vivir sin relación, introvertido, ensimismado, haciendo del pequeño mundo propio el universo, idolatrando de alguna forma las pequeñas cosas que nos rodean. Se puede llegar a convertir en imagen próxima a las estatuas que tienen orejas y no oyen, boca y no hablan.
Jesús ha venido a rehabilitar al ser humano, y esta acción salvadora se manifiesta devolviendo a las personas la vista, el oído, o la facultad de hablar y de moverse. Imágenes con las que la revelación desea expresar lo que significa el encuentro con el Hombre perfecto, la Humanidad sacratísima, que diría Santa Teresa de Jesús.
El Evangelio narra uno de los hechos emblemáticos con los que Jesús devuelve a los discapacitados, en este caso, la facultad de oír y de hablar: “Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: -«Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios.»” (Lc 11,15).
Santa Teresa de Jesús
El mal puede venir no solo por no oír ni hablar, sino por no dejar de hablar y no escuchar, como avisa la maestra: “Mas hay personas, y yo he sido una de ellas, que está el Señor enterneciéndolas y dándolas inspiraciones santas y luz de lo que es todo, y, en fin, dándoles este reino y poniéndolos en esta oración de quietud, y ellos haciéndose sordos. Porque son tan amigas de hablar y de decir muchas oraciones vocales muy apriesa, como quien quiere acabar su tarea, como tienen ya por sí de decirlas cada día, que aunque, -como digo- les ponga el Señor su reino en las manos, no lo admiten; sino que ellos con su rezar piensan que hacen mejor, y se divierten” (Camino de Perfección 31, 12).
¡Qué diferente es caminar sin sentido de hacerlo por seguir lo que indica la voz suave en el propio interior, el camino a seguir! “Oyó una voz en lo interior que le dijo: «Cree y espera, que Yo soy el que todo lo puede; tú tendrás salud; porque el que tuvo poder para que de tantas enfermedades, todas mortales de suyo, y les mandó que no hiciesen su efecto, más fácil le será quitarlas» (Fundaciones 22, 23).

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