“La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.” Salmo 84, 9
El Evangelio según San Mateo describe “lo nuevo” que Jesús vino a inaugurar. Todo lo “antiguo” adquiría un nuevo significado e importancia en Cristo Jesús, porque el Señor había venido al mundo a promulgar una Nueva Alianza de Dios con su pueblo, a traer la salvación a todas las naciones, no sólo al pueblo de Israel.
Cuando los discípulos de Juan le preguntaron sobre el ayuno, el Señor comparó su presencia entre ellos con la del novio en una fiesta de bodas. Les presentó la figura de una gran celebración, de mucho gozo y contento. Él, el esposo, estaba con ellos. ¿Quién podría ayunar en semejante ocasión? Era hora de compartir el gozo del Novio, tiempo de celebrar la unión de la Novia con un Novio tan magnífico y maravilloso.
Para los judíos, el ayuno significaba un arrepentimiento solemne, un gran anhelo y búsqueda de la acción de Dios. Por eso, ayunar cuando Jesús estaba presente habría sido algo impropio. Él era la respuesta a las oraciones y ayunos del pueblo y en él se limpiaría todo pecado, se curaría toda enfermedad y se resolvería toda injusticia.
Hoy, si después de haber ayunado y orado pidiendo curación, fuéramos sanados de algo, pero en lugar de dar gracias a Dios por su misericordia, continuáramos ayunando y pidiendo la misma sanación, eso sería absurdo. Esto es lo que estaba diciendo Cristo: no se podía seguir ayunando mientras la respuesta a sus oraciones estaba con ellos.
Jesús, el Hijo de Dios, ha venido a nosotros. Su preeminencia se remonta por encima de toda la creación, porque él es el cumplimiento de las antiguas escrituras; él es el “vino nuevo”, el camino, la verdad y la vida. No limitemos su mensaje encajonándolo en los criterios humanos, que empequeñecen nuestro entendimiento de su identidad y, a su vez, limitan su poder en nuestra vida.
En Cristo, todo se ha renovado: la alianza, la ley, y la mente y el corazón de los creyentes. Toda persona que recibe a Cristo experimenta algo nuevo y maravilloso: la restauración de su persona para Dios.
Cuando los discípulos de Juan le preguntaron sobre el ayuno, el Señor comparó su presencia entre ellos con la del novio en una fiesta de bodas. Les presentó la figura de una gran celebración, de mucho gozo y contento. Él, el esposo, estaba con ellos. ¿Quién podría ayunar en semejante ocasión? Era hora de compartir el gozo del Novio, tiempo de celebrar la unión de la Novia con un Novio tan magnífico y maravilloso.
Para los judíos, el ayuno significaba un arrepentimiento solemne, un gran anhelo y búsqueda de la acción de Dios. Por eso, ayunar cuando Jesús estaba presente habría sido algo impropio. Él era la respuesta a las oraciones y ayunos del pueblo y en él se limpiaría todo pecado, se curaría toda enfermedad y se resolvería toda injusticia.
Hoy, si después de haber ayunado y orado pidiendo curación, fuéramos sanados de algo, pero en lugar de dar gracias a Dios por su misericordia, continuáramos ayunando y pidiendo la misma sanación, eso sería absurdo. Esto es lo que estaba diciendo Cristo: no se podía seguir ayunando mientras la respuesta a sus oraciones estaba con ellos.
Jesús, el Hijo de Dios, ha venido a nosotros. Su preeminencia se remonta por encima de toda la creación, porque él es el cumplimiento de las antiguas escrituras; él es el “vino nuevo”, el camino, la verdad y la vida. No limitemos su mensaje encajonándolo en los criterios humanos, que empequeñecen nuestro entendimiento de su identidad y, a su vez, limitan su poder en nuestra vida.
En Cristo, todo se ha renovado: la alianza, la ley, y la mente y el corazón de los creyentes. Toda persona que recibe a Cristo experimenta algo nuevo y maravilloso: la restauración de su persona para Dios.
“Jesús amado, tu mensaje supera todo lo que puedo imaginar. Agranda mi corazón, Señor, para recibir lo que quieras revelarme. Forma mi espíritu para seguirte fielmente cuando me lleves por caminos nuevos y diferentes.”
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