Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?".
Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido y la rotura se hace más grande.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden. ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!".
RESONAR
Fernando Torres Pérez, cmf
Termina la semana con una llamada de Jesús a darnos cuenta de que el Reino es algo totalmente nuevo. No se puede echar vino nuevo en odres viejos. Lo que nos vamos a encontrar en el camino, cuando salimos de lo habitual para seguir a Jesús, es algo radicalmente nuevo. No se parece en nada a lo que hemos vivido o experimentado antes. Es necesario tener los ojos y el corazón bien abiertos para descubrir esa novedad porque corremos el peligro de salir para terminar llegando en una vuelta sin sentido al mismo lugar de donde salimos.
Dicen los entendidos que cuando nos encontramos con algo nuevo, para entenderlo, nuestra mente siempre busca una referencia en las cosas que ya conoce. Por eso, cuando nos encontramos con alguien que ha estado en un sitio diferente y nos empieza a contar cosas, muchas veces le cortamos su relato para decir “eso es como aquí, cuando...”. Lo conocido nos ayuda a conocer, a entender, lo nuevo, lo diferente.
Pero eso no vale con Jesús. No hay nada de lo que hayamos conocido o vivido que nos sirva para entender el Reino. La viejas categorías de la religión no sirven. Jesús no es un sacerdote que nos invite a ir a su templo para adorar a su dios. El Dios de que nos habla Jesús no tiene nada que ver con el dios de tantas religiones, al que hay que aplacar con sacrificios su eterna ira contra nosotros por nuestros pecados. El Dios de que habla Jesús no exige nuestra alabanza en una eterna salmodia. El Dios de Jesús se nos manifiesta en los caminos, llenos de polvo y sudor, se acerca a los pobres y a los que sufren, va dando esperanza y proclamando que toda persona es hijo/a preferido/a suyo. El Dios de Jesús, y el mismo Jesús, está tan apasionado por el bien de los hombres y de todos los hombres, que entrega su vida por nosotros. Es el mundo al revés. No es el Dios que exige nuestro sacrificio sino el Dios que se entrega totalmente por nosotros.
Ese es el vino nuevo que se puede meter en odres viejos. Se romperían y se perdería el vino. Por eso los discípulos no ayunan. Eso pertenece al viejo mundo. Como decía ya el profeta Isaías, “El ayuno que yo quiero de ti es éste, dice el Señor: Que rompas las cadenas injustas y levantes los yugos opresores; que liberes a los oprimidos y rompas todos los yugos; que compartas tu pan con el hambriento y abras tu casa al pobre sin techo; que vistas al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano.” (Is 58,6-7)
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