Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados". Algunos escribas pensaron: "Este hombre blasfema". Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: "¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate y camina'? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa". El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.
RESONAR
¿Quién puede perdonar pecados, sino solo Dios? (Mc 2,7)
San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía sobre el evangelio de Mateo, n° 29, 1
Y he aquí, que le presentaron un paralítico...Por lo demás, Mateo cuenta simplemente que le llevaron al Señor el paralítico; los otros evangelistas añaden que abrieron un boquete por el techo y por él lo bajaron y lo pusieron delante de Cristo, sin decir palabra, pues todo lo dejaban en manos del Señor.
Porque, viendo la fe de ellos —dice el evangelista—, es decir, la fe de los que lo descolgaron por el tejado. No siempre, en efecto, pedía fe exclusivamente a los enfermos, por ejemplo, si estaban locos o de otra manera imposibilitados por la enfermedad.
Más, a decir verdad, también aquí hubo fe por parte del enfermo; pues, de no haber creído, no se hubiera dejado bajar por el boquete del techo. Como todos, pues, daban tan grandes pruebas de fe, el Señor la dio de su poder perdonando con absoluta autoridad los pecados y demostrando una vez más su igualdad con el Padre.
Pero notadlo bien: antes la había demostrado por el modo como enseñaba, pues lo hacía como quien tiene autoridad; en el caso del leproso, diciendo: Quiero, queda limpio (Mt 8,3)... En el mar, porque lo frenó con una sola palabra; con los demonios, porque éstos le confesaron por su juez y Él los expulsó con autoridad. Aquí, sin embargo, por modo más eminente, obliga a sus propios enemigos a que confiesen su igualdad con el Padre.
Por lo que a Él le tocaba, bien claro mostraba lo poco que le importaba el honor de los hombres—y era así que le rodeaba tan enorme muchedumbre que amurallaban toda entrada y acceso a Él, y ello obligó a bajar al enfermo por el tejado, y, sin embargo, cuando lo tuvo ya delante, no se apresuró a curar su cuerpo. A la curación de éste fueron más bien sus enemigos los que le dieron ocasión. Él, ante todo, curó lo que no se ve, es decir, el alma, perdonándole los pecados.
Lo cual, al enfermo le dio la salvación; pero a Él no le procuró muy grande gloria. Fueron, digo, sus enemigos quienes, molestándole llevados de su envidia y tratando de atacarle, lograron, aun contra su voluntad, que brillara más la gloria del milagro. Y es que, como el Señor era hábil, se valió de la envidia misma de sus émulos para manifestación del milagro.
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