Estar al lado de una persona elegante equivale a la sensación de encuentrarse con la armonía
Me acuerdo como si fuera hoy. Yo estaba en un restaurante en la región del Buen Retiro, en San Pablo, en un barrio conocido por recibir personas de todo el país para compras de ropas. El espacio era relativamente pequeño para la cantidad de personas hambrientas y apuradas que allí estaban. Yo había acabado de entrar y estaba con bolsas hasta el cuello. Me alegré inmensamente al ver que que un señor de edad media había terminado su comida y estaba levantándose para salir. ¡No estaba sintiendo mis pies de tanto que había caminado hasta aquel momento! Me senté y luego vi una señora entrar con dos niñas lindas; eran sus hijas.
Fueron en dirección a una mesa que había sido desocupada cuando, de repente apareció otra chica gritando: “Este lugar es mío. Yo lo vi primero”. Ella tiró la bolsa sobre la mesa, intentando apropiarse de ella, cuando la hija menor de más o menos doce años, la recogió del suelo y la entregó a la chica diciendo: “disculpe, puede quedarse aqui”. Ella dijo eso con mucha educación, realmente deseando que la chica espaciosa se sientese confortable allí. En seguida, otras sillas fueron desocupadas a mi lado, y la madre, con mucha delicadeza, me pidió sentarme allí. Charlamos en este corto espacio de tiempo y me di cuenta como eran educadas.
Poco después, escuchamos a la chica gritando nuevamente, porque su pedido había sido cambiado. Gritó diciendo que ella tenía el derecho de ser bien atendida. Los camareros se miraron y casi que en un movimiento sincronizado, levantaron la ceja como diciendo: “¿Por qué todo este espectáculo?
Coincidentemente, el postre que la hija mayor había pedido también había sido cambiado. Ella hizo una señal con la mano para el camarero, que luego se acercó. Ella le preguntó su nombre y con educación preguntó si había la posibilidad de cambiar su pedido, porque había llegado el equivocado. Fácilmente dijo que ‘si’ y, en cuestión de segundos, regresó con el pedido correcto, mientras la chica con rabia continuaba hablando alto y reclamando, dando golpes en el suelo, mirando para el reloj y se abanicando en la esperanza de llamar la atención de alguna forma. Su pedido todavía no había sido atendido.
No sé nada sobre la chica, mucho menos sobre la madre con sus dos hijas, pero en aquel momento, entendí que ser elegante es mucho más de lo que puede parecer externamente por medio de una postura, de hablar bajo, de saber comportarse. Viene de adentro para fuera. Es algo armonioso, a punto de traer orden al caos. Dice de un silencio que se hace escuchar, de una delicadeza y descripción que se hacen notable; sin embargo, sin necesidad de llamar la atención.
Estuve con ellas durante veinte minutos, tiempo suficiente para darme cuenta que ellas saben hablar y callar en el momento correcto. Prestar atención y recibirla en un movimiento natural de quien se conoce y por eso, sabe de su propia importancia, no depende de nada o nadie que la convenza de eso.
Para mí fue una clase de elegancia. Me di cuenta que puedo desarrollar y que el trabajo para eso se asemeja al acto de regular el color en la pantalla de la TV por ejemplo. El punto es el equilibrio: Si se aumenta el color, quedar á gritante, la imagen quedará fuerte y desagradable ; si se quita todo el color, quedará sin definición, sosa y con una ausencia que también incomoda.
Independientemente de la situación, de la persona o de su historia, la elegancia se muestra por medio de la armonía en la forma de ser simplemente lo que se es.
Desde entonces, he prestado más atención en mi postura, en mi modo de hablar o callar, de querer llamar la atención o para ocultar y para vestir. ¡Y eso ha funcionado! ¡Fácil no es, porque exige esfuerzo tanto para verme en la situación como para llegar al equilibrio, pero que da resultado, eso da!
En el fondo, sabemos cuando pasamos del limite, siendo poco elegantes. Tal vez el problema sea la falta de agilidad y la rapidez entre el pensamiento y la acción coherente, y también de las ganas de mejorar cada día.
Una cosa es cierta: es prácticamente imposible ser elegante cuando tenemos el síndrome de Gabriela: “Yo crecí así, voy ser siempre así, Gabriela, siempre Gabriela..”. es como querer juntar agua y aceite.
En la duda, pregúntese. La respuesta esta ahí dentro y, si es solicitada, vendrá para fuera con mucho gusto y placer, con la misión de ayudarla a crecer, descubrir, mejorar y ver más claramente. Todo es cuestión de práctica y dedicación.
La elegancia no se compra, viene de adentro, y todos nosotros somos capaces de ella. A veces, ella se encuentra de forma bruta, pero puede ser formada con el simple ejercicio de mirar hacia adentro de si misma, dejando de lado lo que las personas esperan de ti, siendo libre para asumir su identidad única en el mundo. De esta forma, sabrá como comportarse de forma armónica y elegante en todos los lugares donde esté y con quien esté.
Marcia Ribas es formada en Comunicación Social (Radio y TV), posgrado en Counseling – “el camino entre el psicoterapia y el peluquera”.
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