sábado, 8 de agosto de 2015
Unas pinceladas de restauración
Me encantan las antigüedades, especialmente los muebles. Muchos de ellos son verdaderas obras de arte que encierran creatividad, ingenio e incluso creo que si pudieran hablar nos contarían muchas historias. Hace poco, disfruté mucho en la casa que tienen en el pueblo unos amigos, llena de antigüedades. Aquello parecía un museo.
Años atrás restauré un reclinatorio que mi madre tenía en el desván. La verdad es que fue un proceso laborioso. En primer lugar tuve que echar en cada agujerito un líquido para matar la carcoma, después tuve que lijar todo el reclinatorio, echarle tapaporos y por último darle tinte y un barniz incoloro. Finalmente con la ayuda de un amigo le cambié la tapicería. Ahora parece que no han pasado los años por él. Eso es restaurar, reparar, recuperar, recobrar, volver a poner algo en el estado que antes tenía. Restauramos cosas de valor, que se han deteriorado con el tiempo o con el uso.
Aunque vivimos en un mundo cambiante, donde es más fácil cambiar algo que restaurarlo, no debe ser así con las personas y en nuestra forma de relacionarnos. Mantener y desarrollar una relación no es sencillo; antes o después, surgen conflictos que si no sabemos manejarlos, acaban deteriorando nuestras relaciones.
“Más se cierra el hermano ofendido que una ciudad amurallada. Los pleitos separan como las rejas de un palacio” (Proverbios 18:19). Reparar una relación rota es difícil, pero no imposible. Supone estar dispuesto a perdonar e invertir todo el tiempo que sea necesario para reconstruir y ganar de nuevo la confianza. Se puede perdonar en el momento, pero la confianza se reconstruye con el tiempo. Es importante tener en cuenta que no siempre el perdón implica reconciliación. Necesitamos perdonar para liberarnos del resentimiento, el rencor y la amargura. Pero muchas veces la reconciliación no es posible, porque eso es cosa de dos y a veces no se dan las circunstancias.
Para cultivar relaciones sanas con los demás, debemos practicar la disciplina de la flexibilidad. Es como los edificios que cuando ocurren temblores o terremotos, los soportan mejor al ser más flexibles. Si se construyen con materiales rígidos, en vez de deformarse elásticamente, se fracturan. Es una buena analogía para nuestras relaciones. Si somos demasiado rígidos, corremos el peligro de rompemos por dentro; si no somos capaces de adaptarnos a las situaciones de crisis, nuestras relaciones acabaran rompiéndose. Debemos ser lo suficientemente flexibles para aceptar a nuestros amigos y a nuestra familia, con su propios cambios.
Todos nosotros hemos sido dañados por el pecado, pero no todos permiten que Dios intervenga en sus vidas para poner en marcha el doloroso proceso de restauración. Esto requiere nuestro consentimiento y nuestra participación. Muchas veces cuando un artesano restaura un mueble tiene que desmontarlo para reconstruirlo. Es un proceso doloroso cuando se trata de seres humanos, porque implica tomar conciencia del daño que nos han hecho y perdonar. Es un proceso difícil pero con buenos frutos, porque nos hace más humildes, menos propensos a criticar y juzgar a los demás, más comprensivos y compasivos.
Por supuesto, la restauración del alma solo es posible para aquellos que siendo conscientes de su pecado se han arrepentido, han sido perdonados por la fe en Cristo, siendo así redimidos. Jesús prometió descanso a todos los que venga a El, Mateo 11:28-30. Al recibir a Cristo y su Espíritu empieza en nosotros el proceso de restauración de nuestras vidas en el sentido físico, espiritual, moral, intelectual, sentimental, etc. Esto puede durar toda una vida dependiendo del daño que hayamos sufrido. Como cristianos, debemos avanzar cada día en las áreas de nuestra vida que están deterioradas por el pecado, llevando todo pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo 2ª Corintios 10:5; por el poder del Espíritu Santo. Debemos recordar que el sufrimiento es uno de los medios que Dios usa para conformarnos a la imagen de su Hijo Jesucristo, es lo que nos purifica y nos refina como el oro y la plata 1ª Pedro 1:6-8.
El sufrimiento nos refina o nos amarga. Las personas que buscan su sanidad, su bálsamo en Dios y aceptan lo que Dios está haciendo y responden en obediencia a Su Palabra van a ser restauradas. Pero aquellas que no lo hacen y se niegan a abandonar las impurezas de la amargura, odio, enojo venganza y otras cosas que las heridas pueden acarrear, seguiran en el proceso de deterioro. Para ser restaurados tenemos que tomar una decisión: acudir a Dios nuestro gran sanador y restaurador que nos conformará a la imagen de Cristo.
publicado en Blog de Celia Casalengua / octubre de 2012
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