Cuando los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a orar, el Señor les dio la sencilla pero profunda oración que todo conocemos, el Padre Nuestro. En esta plegaria se ve lo que había en el corazón de Jesús y lo que era importante para él.
“Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino” (Lucas 11, 2). Debe haber sido asombroso para los discípulos orar a Dios llamándole Padre (en hebreo “Abba”) de un modo tan directo y familiar. Esta oración está basada en la verdad de que Dios es el Padre de todos los que verdaderamente creen en su Hijo, porque ellos son hijos nacidos de Dios (Juan 1, 13) y auténticamente pueden conocer al Todopoderoso como Padre.
La oración de Jesús comienza con una actitud de adoración basada en la absoluta santidad del Altísimo, porque dice que Dios, invocado y conocido por su nombre, es santo. Oremos pidiendo que venga el Reino de Dios, es decir, que todos los males que contaminan y desfiguran la creación sean eliminados, especialmente los que hay en nuestro corazón.
Cuando pedimos “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Lucas 11, 3), se nos revela la verdad de que Dios satisface nuestras necesidades básicas y nos protege diariamente. También necesitamos constantemente el perdón de Dios, y por eso oramos “Perdona nuestras ofensas” (Lucas 11, 4). Si bien es cierto que si nos arrepentimos se nos perdonan los pecados, estamos continuamente llamados a imitar cada vez más la santidad de Dios y por eso, a medida que el Espíritu Santo nos revela nuestras faltas y errores, nos da también la gracia de arrepentirnos y pedir perdón. Las palabras que nos enseñó Jesús, “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Lucas 11, 4), nos hacen recordar que hemos de perdonar con la misma liberalidad con que Dios nos perdona a nosotros.
La última petición, “no nos dejes caer en tentación” (Lucas 11, 4), se refiere a la prueba, porque “ustedes tienen buena voluntad, pero son débiles” (Marcos 14, 38). Jesús es quien nos da la victoria sobre todas las pruebas y tentaciones.
“Padre eterno, quiero orar con la misma fidelidad de tu Hijo amado, plenamente sometido a tu voluntad, para traer tu presencia a mi corazón y a mi familia, para que me des el pan de cada día y me protejas de todo mal.”
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