Santa Teresa de Ávila (1515-1582), carmelita descalza y doctora de la Iglesia
Camino de perfección, c. 30
La oración nos introduce en el reino de Dios
«Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino». Ahora, mirad, hijas, qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí, y es bien que entendamos qué pedimos en este reino. Mas vio Su Majestad que no podíamos santificar, ni alabar, ni engrandecer, ni glorificar este nombre santo del Padre Eterno conforme a lo poquito que podemos nosotros, de manera que se hiciese como es razón, si no nos proveía su Majestad con darnos acá su reino, y así lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro, porque entendamos, hijas, esto que pedimos…
Ahora, pues, el gran bien que me parece a mí hay en el reino del cielo, con otros muchos, es ya no tener en cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá aunque no en esta perfección, ni en un ser, mas muy de otra manera le amaríamos de lo que le amamos, si le conociéramos.
Posible sería, con el favor de Dios, venir un alma puesta en este destierro, aunque no en la perfección de las que están salidas de esta cárcel porque andamos en mar y vamos este camino ; mas hay ratos que, de cansados de andar, los pone el Señor en un sosiego de las potencias y quietud del alma, que como por señas les da claro a entender a qué sabe lo que se da a los que el Señor llama a su reino.
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