¡Qué época tan festiva es esta! ¿A quién no le gusta hacer planes para reuniones especiales, envolver regalos, decorar el arbolito o cantar villancicos?
Y todo esto porque queremos anunciar y celebrar el nacimiento de Jesucristo, Nuestro Señor; es decir, celebramos el mensaje que proclamó Isaías y que leemos en la primera lectura de hoy: “He aquí que su Dios… viene ya para salvarlos” (Isaías 35, 4).
Este gozoso mensaje del amor salvífico de Dios llegó en un momento angustioso de la historia de su pueblo. La gente de Judá se había rebelado contra el Señor, y fueron llevados al cautiverio por los babilonios. Sin embargo, aun cuando se encontraban en el punto más bajo de su existencia, Dios no los abandonó; más bien, les habló con ternura. Escuchemos lo que les dice en nuestra lectura: “Volverán a casa los rescatados por el Señor, vendrán a Sión con cánticos de júbilo, coronados de perpetua alegría” (Isaías 35, 10). Dios no les reprochó diciéndoles: “Yo se los dije” o bien “Bueno, ahora arréglense como puedan”. No, Dios prometió salvar a su pueblo.
El Señor está dedicado incondicionalmente a bendecirnos y continúa llamándonos, aun cuando nosotros volvemos a hundirnos en el lodo del pecado. Pero él no nos abandona; nos busca y nos salva. Esto no siempre significa que él vaya a resolver todos nuestros problemas, pero muchas veces nos va a acompañar, allí en el lodo, para ayudarnos a salir a flote.
Si nos parece difícil identificarnos con la situación que experimentaban los judíos durante el cautiverio en Babilonia, podemos también pensar en Pedro. Dios no lo rechazó después de que éste negó tres veces a Jesús; lo llamó con suavidad al arrepentimiento al borde del mar y le dio lo que necesitaba para que pudiera dirigir a sus discípulos. O también podemos pensar en Tomás. Dios no lo reprendió por dudar; suavemente se le acercó y le aclaró sus dudas, llevándolo a una fe más firme y profunda.
Este es el mensaje de la Navidad: Dios nunca nos deja abandonados. Incluso cuando caemos en el pecado, y nos metemos en problemas graves, podemos escuchar esta gozosa proclamación: “Aquí está su Dios” que viene a salvarnos y para eso se hace uno de nosotros. Es decir, hace todo lo necesario para rescatarnos y mostrarnos cuánto nos ama.
“Amado Jesús, gracias por venir a redimirme a mí y a todos. ¡Qué misericordioso eres, Señor!”
Salmo 85(84), 9-14
Lucas 5, 17-26
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