jueves, 7 de diciembre de 2017

Meditación: Salmo 118(117), 1. 8-9. 19-21.25-27

¿Has estado alguna vez, hermano, en un cuarto completamente oscuro? 

No se ve nada, pero basta que alguien encienda una lámpara y el efecto es inmediato: todo se hace visible. ¿No es fantástico lo poderosa que es la luz?



En realidad, la luz es un tema tan común en la Escritura y en la liturgia que podemos pasar por alto el efecto de la imagen.

• La luz nos facilita el entendimiento. Así como encender una luz en un cuarto oscuro permite ver todo lo que allí hay, la luz de Dios tiene el mismo efecto en nuestra habitación interior. Si tú eres una persona irritable o de mal genio cuando estás en casa con tu esposa o marido, la luz de Dios te ayuda a ver a qué se debe esa tendencia. A veces se trata de resentimientos guardados o heridas emocionales antiguas que permanecen bajo la superficie. Pero la luz también ayuda a ver el amor que los dos se tienen, un amor que de alguna manera puede haberse quedado oculto bajo experiencias negativas más recientes. Si esto es lo que ves, la luz te ayudará a demostrarle cariño a tu cónyuge y avanzar en la vida matrimonial.

• La luz nos da una mejor perspectiva. La oscuridad no nos deja ver el panorama completo. Es fácil enfocar la atención sólo en los acontecimientos que nos afectan personalmente, pero la luz de Dios nos ofrece una vista panorámica de su plan. Tal vez tú planeabas ir a unas vacaciones en familia, pero tu hijo se enfermó y tuviste que quedarte en casa para cuidarlo. ¡Qué decepción! Pero tu sacrificio le hizo entender a tu hijo que tú lo amas mucho, y eso fortalece la confianza y el respeto en la familia. En vez de pensar en la desilusión, tú puedes pensar en la bendición.

La luz nos da esperanza. La oscuridad nos causa temor, pero la luz nos permite ver a dónde vamos. Tal vez tengas que tomar una decisión y no sabes qué hacer. La luz de Dios puede llenarte de esperanza. Tal vez el Señor no te muestre exactamente lo que debes hacer, pero te hará recordar a dónde vas. Su luz puede dirigir tu vista hacia su objetivo final, es decir, la vida con él en el cielo.
“Señor y Dios mío, ayúdame a caminar en tu luz y no desviarme del camino que tú me señalas.”
Isaías 26, 1-6
Mateo 7, 21. 24-27

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