Cuando alguno de nosotros afirma que Jesús es el Señor lo hace como resultado directo de la obra reveladora del Espíritu Santo que desea convencerlo de esta verdad. No se debe a que seamos buenos ni sumamente inteligentes ni a que creamos mucho en Cristo; por el contrario, creemos porque Dios ha actuado en nosotros y ha vivificado la fe en nuestro corazón. Esto es lo que significa lo que Jesús dijo: “El Padre, que me ha enviado, da pruebas a mi favor.” De hecho, Dios no ha dejado jamás de dar testimonio de la majestad de Jesús ni de la redención que él ganó para nosotros.
¿Cómo es que Dios da testimonio de Cristo y nos lleva a creer en él? No tiene que ser mediante manifestaciones espectaculares. Ninguno de nosotros ha visto el cielo abierto ni a Jesús en forma física, al menos eso pensamos, pero de todas maneras creemos. ¿Por qué? Porque hemos experimentado la presencia del Señor en situaciones ordinarias pero de un modo poderoso e innegable.
Día tras día, Dios nos manifiesta su presencia dulce y poderosa de maneras sencillas y sutiles, pero, si no ponemos atención, las podemos pasar por alto. Sin embargo, mientras más nos acostumbremos a pasar tiempo con el Señor —en la oración privada, en Misa, frente al Santísimo o leyendo la Sagrada Escritura— mejor podremos percibir las mociones del Espíritu Santo; comenzaremos a detectar su amor en el servicio que prestan los sacerdotes, que trabajan incansablemente en nuestras parroquias muchas veces sin que nadie les agradezca; escucharemos la voz suave y casi imperceptible del Señor en las palabras consoladoras y reconfortantes de algún amigo en tiempos de adversidad; reconoceremos la mano de Dios cuando nos sintamos inspirados a orar por algún enfermo o a hablarle a alguien que obviamente no conoce al Señor.
En muchas circunstancias del diario vivir, Dios trabaja dando testimonio de su Hijo y nos ofrece sus bendiciones y su amor. Si usted no cree haberlo experimentado conscientemente, pídale al Señor que le abra los ojos hoy para que vea las numerosas personas y situaciones que dan testimonio de la salvación que Jesús obtuvo para usted en la cruz.
“Jesús, Señor mío, abre mis ojos para que yo reconozca las muchas maneras en que me prodigas tu amor a mí y a los míos; luego, abre mis labios, te lo ruego, para alabarte y darte gracias.”
Éxodo 32, 7-14
Salmo 106(105), 19-23
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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