«Tampoco yo te condeno»
La redención a través del misterio de la cruz de Cristo es la revelación última y definitiva de la santidad de Dios, que es la plenitud absoluta de la perfección: plenitud de la justicia y del amor, puesto que la justicia se basa en el amor, de él proviene y a él tiende. En la Pasión y muerte de Cristo, en el hecho de que el Padre «no perdonó a su propio Hijo» sino que «lo hizo pecado por nosotros» (Rm 8,32; 2C 5,21), se expresa la justicia absoluta, porque Cristo sufrió la Pasión y la cruz a causa de los pecados de la humanidad. Verdaderamente, hay ahí una sobreabundancia de justicia puesto que los pecados de los hombres quedan equilibrados a través del sacrificio del Hombre-Dios.
Sin embargo, esta justicia, que en sentido propio es justicia a la medida de Dios, nace enteramente del amor, del amor del Padre y del Hijo y alcanza su plenitud total en el amor dando frutos de salvación. La dimensión divina de la redención no se realiza tan sólo en el hecho de hacer justicia al pecado, sino en dar al amor la fuerza creadora gracias a la cual el hombre tiene de nuevo pleno acceso a la vida y a la santidad que viene de Dios. Así es que la redención trae en sí la revelación de la misericordia en su plenitud.
El misterio pascual constituye la cumbre de esta revelación y la expresión de la misericordia capaz de justificar al hombre, de restablecer la justicia como realización del orden salvífico que Dios quiso fuera realidad ya desde el inicio en el hombre y, a través del hombre, en el mundo.
San Juan Pablo II (1920-2005)
papa
Encíclica «Dives in Misericordia» § 7
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