Evangelio según San Marcos 10,28-31.
Pedro le dijo a Jesús: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido".Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia,desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna.Muchos de los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros".
fuente: ciudad redonda
Edgardo Guzman, cmf
Queridos amigos y amigas:
El auto del libro del Eclesiastico, Ben Sirá, nos presenta en la primera lectura que leemos hoy un paralelismo entre la observancia de la ley y un acto de culto. El autor revela de ser moralista y ritualista a la vez, Ben Sirá estima que el cumplimiento de la Ley, ya por sí mismo, es un culto (observancia de la ley/ofrendas; guardar los mandamientos/sacrificios de comunión; devolver un favor/ofrenda de flor de harina; dar limosna/sacrificios de alabanza; apartarse de la injusticia/sacrificio de expiación).
El mensaje de este texto gira entorno a dos grandes ideas, la primera tiene un sentido teológico, la segunda va en la línea ritual. El sentido teológico se basa en un gran principio: «la ofrenda del justo enriquece el altar, su perfume sube hasta el Altísimo. El sacrificio del justo es aceptable, su memorial no se olvidará» (v. 5-6). El autor pone en relación la santidad de vida (el justo) con el gesto ritual, esto nos recuerda la exigencia de la espiritualidad profética: «misericordia quiero y no sacrificios». La segunda idea reclama la generosidad en lo que se ofrece al Señor. De esta forma podemos decir que lo que le agrada al Señor es la ofrenda de nuestra propia vida.
En el Evangelio, continuación del texto de ayer, vemos la intervención de Pedro que busca ser premiado en lo que realiza y espera una compensación. En él estamos también representados nosotros, porque nos cuesta vivir desde la gratuidad. Siempre anhelamos que se nos reconozca y agradezca de algún modo lo que hacemos. En el seguimiento de Jesús crecemos en generosidad. Él no se cansa de insistirnos que recibimos mucho más de lo que podemos dar o esperar.
Hoy que sé que mi vida es un desierto,
en el que nunca nacerá una flor,
vengo a pedirte, Cristo jardinero,
por el desierto de mi corazón.
Para que nunca la amargura sea
en mi vida más fuerte que el amor,
pon, Señor, una fuente de alegría
en el desierto de mi corazón.
Para que nunca ahoguen los fracasos
mis ansias de seguir siempre tu voz,
pon, Señor, una fuente de esperanza
en el desierto de mi corazón.
Para que nunca busque recompensa
al dar mi mano o al pedir perdón,
pon, Señor, una fuente de amor puro
en el desierto de mi corazón.
Para que no me busque a mí cuando te busco
y no sea egoísta mi oración,
pon tu cuerpo, Señor, y tu palabra
en el desierto de mi corazón. Amén.
(Himno de Laudes del lunes de la segunda semana)
Fraternalmente, Edgardo Guzmán, cmf.
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