sábado, 2 de marzo de 2019

COMPRENDIENDO LA PALABRA 020319


«El Reino de los cielos es para aquellos que se le asemejan»

Resulta claro que la pedagogía de Cristo es, según se desprende de su mismo nombre, la educación de los niños. Pero queda por examinar quiénes son estos niños a los que se refiere simbólicamente la Escritura, y luego asignarles el pedagogo. Los niños somos nosotros. La Escritura nos celebra de muchas maneras, y nos llama alegóricamente con diversos nombres para dar a entender la simplicidad de la fe.
Por ejemplo, en el Evangelio se dice: «El Señor, deteniéndose en la orilla del mar junto a sus discípulos —que a la sazón se hallaban pescando—, les dijo: «Niños, ¿tenéis algo de pescado?» (Jn 21,4-5). Llama «niños» a hombres que ya son discípulos.
«Y le presentaban niños» (Mt 19,13), para que los bendijera con sus manos, y, ante la oposición de sus discípulos, Jesús dijo: «Dejad a los niños y no les impidan que se acerquen a mí, porque de los que son como niños es el reino de los cielos» (Mt 19,14; Mc 10,13-14; Lc 18,15-16). El significado de estas palabras lo aclara el mismo Señor, cuando dice: «Si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos» (Mt 18,3; cf. Mt 19,14). Aquí no se refiere a la regeneración (cf. Jn 3,3), sino que nos recomienda imitar la sencillez de los niños.
Son, por tanto, verdaderos niños los que sólo conocen a Dios como padre y son sencillos, ingenuos, puros, los creyentes en un solo Dios .A los que han progresado en el conocimiento del Verbo, el Señor les habla con este lenguaje: les ordena despreciar las cosas de aquí abajo y les exhorta a fijar su atención solamente en el Padre, imitando a los niños.
Por esa razón les dice: «No os inquietéis por el mañana, que ya basta a cada día su propia aflicción» (Mt 6,34). Así, manda que dejemos a un lado las preocupaciones de esta vida (cf. Sal 54 [55] ,23) para unirnos solamente al Padre.
El que cumple este precepto es realmente un párvulo y un niño, a los ojos de Dios y del mundo; éste lo considera un necio; aquél, en cambio, lo ama.


San Clemente de Alejandría (150-c. 215)
teólogo
El Pedagogo, Libro I- c.V; SC 70

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