¿Los pecados de los demás son más grandes que los míos?
El Señor dijo a Caín: “¿Dónde está tu hermano? Respondió: No lo sé: ¿Soy acaso el guardián de mi hermano?” (Gen 4,9). Ese diálogo de Dios con Caín marca una de las narraciones más dramáticas de la Biblia. En pocos versículos, en los que es narrado el primer homicidio de la historia humana, podemos conocer el triste fin de Abel y la indiferencia de su hermano Caín.
Tal vez nos quedemos impactados frente a tal crueldad, pero puede ser que estemos siguiendo fielmente los pasos de Caín en los días actuales. ¿Si Dios te pregunta ahora, donde está su hermano, tu sabrías responderle? ¿Cómo reaccionas frente a los pecados de los demás? Probablemente, vino a tu mente algunas personas muy cercanas, pero y el vecino? ¿Y aquella persona que no te gusta? ¿También el que participaba del grupo de oración y no vino más, donde está? ¿Y la prostituta que anda en la esquina de la avenida, como ella está?
Delante de varias personas que dejaron la Iglesia o que nunca entraron en una, nosotros podemos declarar: “¿Qué puedo hacer? No soy responsable por esa persona”. Respondemos igual a Caín: “¿Acaso soy yo tu guardián?”
Y cuando miramos un drogado en la calle, alabamos a Dios: “Gracias, Señor, por librarme de estar allí”, “Señor, te doy gracias porque no estoy perdido en baladas y en las perversiones del mundo”. Vamos ver una parábola de Jesús: “El fariseo, de pie, oraba así: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco con ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador! Les aseguro que este último volvió a sus casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado” (Lc 18, 11-14).
Muchas veces, frente al pecado de nuestro prójimo, nuestra postura es condenar queriendo asumir el papel de Dios. En esta reflexión, quiero cuestionar: ¿los pecados de los demás son más grandes que los míos? ¿Será que la lucha que enfrento para no equivocarme no es la misma lucha del otro?
Hacemos del defecto de las personas asunto de nuestras conversaciones, comentamos y queremos encontrar soluciones para la vida de los demás, pero no buscamos a la personas para decirle dónde está equivocándose. Pedimos disculpas de buenas intenciones para fomentar sentencia y difamar, y nos olvidamos de que Dios nos constituye guardianes del otro.
¿Qué es ser guardián? “Persona responsable de vigiar o guardar alguna cosa o alguien”. Vigilar es también proteger, es cuidar por él, mantener la mirada sobre la persona, defenderla y ayudarla. Pero, ¿cómo hemos realizado la misión de cuidar del prójimo? ¿Dónde y cómo está su hermano?
¡Cuántas veces nosotros mismos vivimos la experiencia de saber que hablaron algo sobre nosotros y nos molestamos porque no es nada agradable saber que las personas comentan sin siquiera saber nuestra realidad! Pero no tenemos la misma actitud cuando es para hablar de los demás. Jesús también nos enseña: “Todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos: ahí está toda la Ley y los Profetas” (Mt 7,12).
La acción de nuestro hermano no es suficiente para constatar la intención de él. Solo existe una forma de estar seguro sobre lo que el otro realmente quiere: preguntando a él. En vez de salir por ahí difundiendo como tal persona actuó, Dios nos pide que busquemos y, como un hermano que quiere guardar, hablemosle de su actitud con caridad y deseo de llevar al cielo.
Pidamos a Dios la gracia de un corazón caritativo, porque, muchas veces, las personas solo necesitan de alguien que los cuide para que puedan mejorar sus acciones. Mantengamos en nosotros todo chisme, calumnia y condenación, y busquemos amar el otro concretamente.
Paulo Pereira
Miembro de la Comunidad Canción Nueva
Miembro de la Comunidad Canción Nueva
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