Perdonar es recordar sin sentir dolor
A veces el mundo ciega nuestra visión y el dolor se apodera de nuestro ser, nuestro corazón de mujer sangra pues fue herido por aquellos a quienes más amábamos.
La decepción y la tristeza invaden nuestra alma, perdemos la confianza en aquellos que antes eran tan queridos para nosotros y ya no creemos que sea posible rescatar lo que se rompió. En esos momentos experimentamos lo peor que hay en nosotros y vemos el rencor, las heridas, el deseo de venganza. Hablamos tonterías, acusamos y juzgamos. Rompemos vínculos profundos de amor y amistad porque fuimos heridas, peleamos y herimos. Muchas veces porque fuimos heridos, actuamos por impulso y egoísmo.
En este momento, Dios nos acoge y nos invita a ejercitar el perdón. Quien no perdona atrofia su capacidad de amar, eso es terrible para el corazón de una mujer. Pero entonces ¿Por qué es tan dificil perdonar?
Bien sabemos que el rencor, las heridas y el resentimiento, antes de alcanzar a quien nos hirió, causa en nosotros un mal peor. Perdonar no es la ausencia de sentimientos, ni olvidar lo que pasó sino una decisión, una elección que debemos hacer por el bien de nuestra alma y la de aquel que nos hirió. Cuando decidimos perdonar, Dios nos da Su gracia y acumula nuestra vida de bendiciones.
Si pagar el bien con el mal es algo diabólico, pagar el bien con el bien es mera obligación, pero pagar el mal con el bien es algo divino y es nuestro deber como hijas de Dios. No es una elección fácil, sino necesaria, pues el perdón vence el mal con el bien y su gracia es mucho más grande que cualquier deseo de venganza que podamos nutrir contra quien nos hirió.
No podemos tener una vida saludable sin el ejercicio del perdón. No podemos tener una vida espiritual fructífera sin la práctica de ese acto. Perdonar es hacer la asepsia del alma, hacer una limpieza en la mente y en el corazón.
Quien decide perdonar no quiere vengarse más, no rumia el problema, no deja de creer en el otro por el error que cometió, no “echa en cara”. Si no perdonamos, viviremos esclavas de la herida, no lograremos orar, adorar, ofrecer, ni ser perdonadas. ¿Quién nunca necesitó perdón?
Perdonar puede ser una tarea árdua y larga, y desistir de todo puede parecer más fácil. Pero no es lo correcto. Somos todos humanos y susceptibles al error, debemos siempre colocarnos en la posición del otro: “¿Me gustaría ser perdonada si yo hubiese cometido el mismo erro?. Tal vez para perdonar tengamos que en primer lugar, desapegarnos de nuestro orgullo herido.
El perdón tiene la capacidad de restaurar los sentimientos buenos que fueron olvidados en el pasado, él es la más grande prueba de amor y el camino para el arrepentimiento. Construye puentes donde la herida cavó abismos, estrecha el relacionamiento donde el resentimiento provocó lejanía. Perdonar es poder recordar siempre sin sentir dolor, es una gracia que Dios da a todos los que la buscan de corazón sincero.
Si la venganza está de acuerdo con nuestra naturaleza humana decaída, nada nos asemeja tanto a Dios que estar dispuestos a perdonar a aquellos que nos ofendieron. El corazón de una mujer posee una capacidad única dada por el mismo Dios de amar, de ser capaz de acoger el ser humano y concederle el perdón. No es en la riqueza ni en el poder, sino en la capacidad de perdonar que una mujer manifiesta la verdadera grandeza de su alma.
El perdón trae mucha paz consigo. El alivio generado por él, carga un sentimiento tan suave y profundo que las palabras no consiguen describir su totalidad. El perdón libera, es la expresión máxima de la gracia y el triunfo del amor, de aquel mismo amor que Cristo tuvo al decir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”
“Entonces se adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores (Mt 18, 21-23).
Pidamos a Nuestra Señora la gracia de obtener un corazón manso y humilde, semejante al de Jesús, alcanzando así el pleno ejercicio del don de perdonar.
Judith Dipp
Formada en Psicologia, Judith fue cofundadora de la Comunidad de Alianza Madre de la Ternura y voluntaria en un centro de Atendimiento y Consejo para Mujeres.
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