miércoles, 12 de noviembre de 2014

indisolubilidad del matrimonio

Razones para entender la indisolubilidad del matrimonio   

Existen muchas razones para entender la indisolubilidad del matrimonio

Jesús dejo claramente que el matrimonio es una realidad para toda la vida. Los fariseos le preguntaron sobre lo que Moisés había determinado, esto es, la posibilidad del divorcio: “¿Está permitido a un hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?” (Mt 19,3).

Razones para entender la indisolubilidad del matrimonio 2

El Señor les dio una respuesta enfática: “No han leído que el Creador al principio los hizo hombre y mujer y dijo: El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá con su mujer, y serán los dos una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre. Los fariseos les preguntaron: Entonces, ¿por qué Moisés que se firme un certificado en el caso de divorciarse? Jesús contestó: Moisés vio lo tercos que eran ustedes, y por eso les permitió despedir a sus mujeres, pero al principio no fue así. Yo les digo: el que se divorcia de su mujer, fuera del caso de unión ilegítima, y se casa con otra, comete adulterio. Los discípulos le dijeron: Sí esa es la condición del hombre que tiene mujer, es mejor no casarse” (Mt 19, 3-10).

Jesús enfatizó que “al principio no era así”, es decir, “en el corazón de Dios”, cuando Él creó el hombre y la mujer, estableció el matrimonio para siempre. “Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gen 2,23). Carne en la Biblia quiere decir naturaleza humana.

Existen muchas razones para entender la indisolubilidad del matrimonio. San Pablo compara el matrimonio con la unión de Cristo con Su Esposa, la Iglesia. “Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5,25). Entonces, el matrimonio es señal de la unión eterna de Jesús con la Iglesia, y de forma indisolublemente. Él Señor derramó Su sangre por amor a la Iglesia, y de forma indisoluble. Él no se separa de la Iglesia, ni la Iglesia de Él. El Señor derramó Su Sangre por amor a la Iglesia, y Sus mártires hicieron lo mismo por amor a Él.

La marca del verdadero amor es indisoluble, porque amar es decidirse a hacer el otro feliz siempre. Eso no tiene límite de tiempo. Un amor provisorio no es amor. Amar es comprometerse con la felicidad del otro para siempre: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, amando y respetando todos los días de tu vida.

El matrimonio es el fundamento de la familia, y esta es base de la sociedad. Si el matrimonio se disuelve, la familia se disolverá y la sociedad morirá. El Papa Juan Pablo II usó las palabras muy fuertes para explicar eso. Él dijo que “la familia es insustituible”, que ella es “el santuario de la vida”, un patrimonio de la humanidad”. Ella es la “Iglesia domestica”. De la importancia de la familia se entiende la importancia de la indisolubilidad matrimonial.

El matrimonio ha hecho surgir una descendencia: hijos, nietos, bisnietos… Es de esta unión permanente que surge la belleza de una familia, cuna de la vida. Es triste cuando se rompe el vínculo de la unidad por la separación de la pareja. Por eso, es necesario que los matrimonios sean bien preparados, de modo que no haya matrimonio que más tarde vaya a un Tribunal de la Iglesia pidiendo declarar que fue nulo. Y, desgraciadamente, esto ha sucedido y mucho, porque falta una buena preparación para los matrimonios. Muchos se casan sin madurez, sin saber plenamente lo que significa “amar”, da la vida por el otro y por la familia.

Existe matrimonios que duran 50, 60, 65 años… Una vez leí esta historia:
“Un famoso profesor se reunió con un grupo de jóvenes que hablaba contra el matrimonio. Argumentaban que lo que sostiene un matrimonio es el romance y que es mejor acabar con la relación cuando eso ya no da más, en lugar de someterse a la triste monotonía del matrimonio.
El maestro dijo que respetaba la opinión de ellos, pero les contó la siguiente historia: “Mis padres vivieron 55 años casados. En una mañana, mi madre bajó las escaleras para preparar el café y sufrió un infarto. Mi padre corrió hacia ella, como pudo y casi arrastrándose la llevó hacia la camioneta. Dirigió a toda velocidad hasta el hospital, pero cuando llegó, desgraciadamente ella ya estaba muerta. Durante el velorio, mi padre no habló. Se quedaba todo el tiempo todo mirando al vacío. Casi no lloró. Yo y mis hermanos tinentamos, en vano, romper la nostalgia recordando momentos divertidos.
En el momento del sepultura, mi padre, ya más tranquilo, pasó la mano sobre la caja y habló con sentida emoción: “Mis hermanos, fueron 55 buenos años. Nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con alguien durante tanto tiempo”. Él hizo una pausa, secó las lágrimas y continuó: Ella y yo estuvimos juntos en muchas crisis. Cambié de empleo, renovamos toda la mobiliaria cuando vendimos la casa y cambiamos de ciudad. Compartimos la alegría de ver nuestros hijos concluyendo la facultad, lloramos uno al lado del otro cuando los seres queridos se fueron. Rezamos juntos en la sala de espera de algunos hospitales, nos apoyamos en la hora del dolor, nos abrazamos en cada Navidad y perdonamos nuestros errores. Hijos, ahora ella se fue, estoy contento. ¿Y sabes por qué? Porque ella se fue antes de mi y no tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme, de quedar solo después de mi partida. Soy yo que voy pasar por esta situación, y agradezco a Dios por eso. Yo la amo tanto que no me gustaría que sufriera así”.

Cuando mi padre terminó de hablar, mis hermanos y yo estábamos con el rostro cubierto de lágrimas. Nosotros lo abrazamos y él nos consoló diciendo: “Está todo bien, mis hijos, podemos ir a casa”.

Ese fue un buen día. Y, por fin, el profesor concluyó: “En aquel día, entendí lo que es el verdadero amor. Él esta mucho más allá del romance, y no tiene mucho que ver con el erotismo, sino que se conecta al trabajo y al cuidado de lo que profesan dos personas realmente comprometidas”.

Cuando el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no pudieron discutir, porque ese tipo de amor era algo que no conocían. El verdadero amor se revela en los pequeños gestos, en el día a día y por todos los días. El verdadero amor no es egoísta, no es presuncioso, tampoco alimenta el deseo de posesión sobre la persona amada.
“Quien camina solo puede ser más rápido, pero aquel que va acompañado, con seguridad llegará más lejos”. “La paciencia puede ser amarga, pero su frutos son dulces”.

Profesor Felipe Aquino
Master y Doctor en Ingeniería Mecánica. Recibió el título de Caballero de la Orden de San Gregorio Magno por el Papa Benedicto XVI, es autor de varios libros y presentador de programas de televisión y radio de la comunidad Canción Nueva
FUENTE PORTAL CANCION NUEVA EN ESPAÑOL

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