Las personas son como los diamantes
El prejuicio es una forma fácil de formar una opinión. No requiere de esfuerzo, no requiere de investigación, empeño, ya que se trata de una primera visión que tenemos acerca de una determinada realidad.
Es obvio, pero es bueno decir, que la visión preconcebida, es aquella que resolvió quedarse en el prejuicio, es decir, lo que viene antes de la verdad. Un concepto es siempre fruto de una elaboración más trabajada de la vida, el prejuicio no. El prejuicio es una fase primaria del concepto. Es por eso que quien se inclina hacia el prejuicio tiende a quedarse en la inmadurez durante toda la vida.
Nos pasó lo mismo cuando entramos en el preescolar. Imagínate si no hubiéramos aceptado el desafío de pasar a la educación primaria, con sus dificultades y diferencias del “pre”.
Solamente el paso en dirección a lo nuevo nos garantiza la felicidad de las sorpresas. La vida es siempre así. Lo que ahora es alimento, con el tiempo, deja de sustentarnos. Es porque estamos en un constante proceso de superación humana, y lo que nos mueve, es el deseo de ir más allá…
Es por eso que, me entusiasmo con la dimensión antropológica del cristianismo. Las palabras de Jesús nos animan para un constante perfeccionamiento de nuestra humanidad y para la constante superación de nuestros límites. Y entonces, pasamos a comprender que santificación es lo mismo que humanización. Sacar los excesos, tallar las aristas, superar las mezquindades, los modelos superficiales de análisis, los celos y los deseos desordenados, son formas concretas de santificar nuestra vida.
El prejuicio es también una forma de aprisionamiento. Miramos al otro y lo definimos a partir de lo que creemos sobre él. Tenemos una serie de opiniones que resolvemos construir dentro de nosotros, que son frutos de una primera visión. Miramos y lo encuadramos al otro en nuestro prejuicio. Decidimos que el otro es así, aunque nunca nos hayamos aproximado a él para confirmar lo que creemos…
Encontramos y perdemos. Perdemos por desperdiciar la oportunidad de superar el conocimiento aparente, y así, quizás, dejamos de conquistar un gran amigo, un gran apoyo existencial. Creemos muchas cosas a su respecto. Y porque creemos tanto en nuestro juicio, resolvemos no buscar la verdad fundamental, y así dejamos de conquistar. Tal vez este sea uno de los grandes pecados de nuestro tiempo. El mundo es superficial en sus análisis. Basta flagrar una única actitud para que el mundo entregue su parecer prejuicioso y definitivo.
Jesús se oponía radicalmente a esta postura. Le gustaba ir más allá. Y alertaba a los discípulos para el constante cuidado. El cristianismo supera al judaísmo justamente en este punto. Jesús no aceptaba una religión que se detuviese en lo exterior, que dispensase fácilmente a las personas sólo por su apariencia o por su historia
La belleza de la vida consiste en mirar el mundo con los “ojos de tercer margen”, con los ojos de Jesús. Yo, no siempre lo consigo, pero no quiero perder de vista este esfuerzo. Yo todavía vivo el desconcierto de la opción de Jesús. Estoy indignado cuando veo la opción por Zaqueo en medio de tanta gente santa y de buena índole. Todavía me incomoda cuando Él dice que las prostitutas pueden precederme en la entrada del Reino.
Y entonces me veo, con mi manera rústica e infecunda de rozarme con las personas, de condenarlas con lo que yo pienso de ellas y de impedirles que me sorprendan con su belleza escondida.
Las personas son como los diamantes…
La vida es parecida con una búsqueda de diamante. Al diamante no se le ve en una primera mirada. Las cascarillas y diamantes se parecen. La única diferencia es que el diamante esconde el brillo bajo las cáscaras. Y es necesario lapidar. Las personas son como los diamantes. Corremos el riesgo de descartarlas por falta de disposición para verlas más allá de sus cáscaras.
Cuando mi prejuicio me impide ver el diamante, me convierto en cascarilla en el mundo. Espero que hoy descubras diamantes por donde pases. Si descubres, serás entonces semejante a Jesús…
Padre Fábio de Melo
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