A todo aquel que me reconozca abiertamente ante los hombres, lo reconocerá abiertamente el Hijo del hombre.
Lucas 12, 8
Jesús anunció a sus discípulos que el Espíritu Santo los llevaría a toda la verdad, les recordaría todo lo que él les había enseñado y estaría con ellos cuando tuvieran que afrontar las fuerzas hostiles del mundo. El Espíritu Santo sería su fortaleza, su sabiduría y su consuelo cuando trataran de seguir a Jesús e imitar sus actitudes. Por todo esto, Cristo les advirtió mucho que no debían pecar contra el Espíritu Santo.
Es fundamental, pues, creer firmemente que Dios desea vivir en nosotros y llevarnos a adquirir su propia semejanza. No creer en esto significa negar que el Señor tenga poder para hacer algo tan maravilloso como eso. Ceder ante el temor y la desconfianza es creer, implícitamente, que el Espíritu no es en realidad capaz de responder a nuestras oraciones ni de fortalecernos en las dificultades. Por lo mismo, vivir cada día como si nosotros mismos fuéramos capaces de proveernos todo lo que necesitamos equivale a afirmar que el Espíritu Santo no es la vida poderosa que Dios comunica a su pueblo, sino apenas algo “extra” de Dios, pero no la verdadera fuente de vida.
San Lucas dice que la oposición interna y externa que enfrentarían los creyentes sería grande. Cada tipo de oposición tiene poder para abrumar al discípulo o quitarle el gozo de seguir a Jesús. Sin embargo, las palabras de Cristo siguen siendo válidas: El discípulo jamás está sólo. El Espíritu Santo le da al creyente un acceso ilimitado al trono de la gracia. Aunque la carne sea un pesado lastre y por mucho que lo tiente el demonio, cada cristiano puede mantenerse firme en la fe confiando en el Señor.
Jesús dijo a sus discípulos: “No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino” (Lucas 12, 32). El Reino de Dios está presente dondequiera que el Espíritu Santo puede actuar libremente. Hoy, cree de todo corazón, hermano, que has recibido la fuerza transformadora del Espíritu Santo que está siempre presente en la Iglesia para santificar a sus hijos, y que está en el mundo para llevar la redención a todos los que decidan entregarse a Cristo Jesús, el Señor.
“Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu, Señor, y todo será creado, y renovarás la faz de la tierra.”
Efesios 1, 15-23
Salmo 8, 2-7
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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