Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?".Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre".El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud".Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme".El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!".Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!.Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios".Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible".Pedro le dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido".Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia,desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna.
RESONAR DE LA PALABRA
El camino de la verdadera felicidad
Basta con encender la televisión para oír que seré más feliz si compro el coche tal o que la solución de todos mis problemas me los ofrece la empresa cual. Si hiciéramos caso de lo que nos dicen los medios de comunicación, la vida sería feliz y fácil para todos. Pero la realidad es diferente. Para muchas personas la vida es difícil, muy difícil. En el trabajo y en casa. Y, de vez en cuando, llegan problemas añadidos: una enfermedad, una muerte, un miembro de la familia que se va del hogar... A todos nos encantaría encontrar la respuesta mágica que convirtiese nuestra vida en un remanso de paz, sin nada de que preocuparnos, lejos de los problemas, de tanto trabajo.
La primera lectura nos habla de una persona que se vuelve hacia Dios para pedir la sabiduría. En vez de encender la televisión o la radio, guarda silencio, pone su corazón en Dios y suplica la sabiduría. Esa persona sabía lo que se hacía. Sabía que la sabiduría es más importante que el poder y la riqueza. Incluso que la salud y la belleza. Porque una persona sabia sabe como ser feliz y vivir en plenitud en medio de los acontecimientos de la vida ordinaria. Lo que para otros son graves problemas, para el sabio son apenas ocasiones para amar más, para mejorar sus relaciones, para abrirse a nuevas realidades, en definitiva, para vivir mejor.
El Evangelio cuenta una historia que habla también de la sabiduría. Un hombre se acerca a Jesús. Está preocupado por alcanzar la vida eterna. Y pregunta a Jesús qué debe hacer. Ya cumple los mandamientos. Todos. Jesús, entonces, le abre nuevos horizontes. Si quiere de verdad ser feliz, poseer la vida eterna, ha de dejarlo todo, quedarse sin nada y centrarse en lo único que vale la pena: seguir a Jesús. Es un gran desafío. Porque para alcanzar la verdadera sabiduría hay que saber relativizar todo lo que se tiene, todo lo demás. No se encuentra la vida en las cosas que se poseen ni en cumplir todos los mandamientos. La verdadera sabiduría está en reconocer que todo es don, un regalo que Dios nos hace. Y sólo cuando nos volvemos a él con las manos vacías, somos capaces de acoger ese don enorme que es la felicidad o la vida eterna.
A los ricos se les hace difícil entrar por ese camino. Están muy preocupados con las cosas que tienen. Pasan el día pensando en cómo tener más y en cómo defenderlas mejor. Los otros se les antojan amenazas. Los ven como ladrones que les quieren quitar lo que es suyo. Sólo si son capaces de liberarse de las cosas que tienen, descubrirán en el rostro del otro a un hermano o hermana y se darán cuenta de que la felicidad está en el encuentro fraterno con los demás. Todos como hermanos y hermanas entre nosotros y como hijos e hijas de Dios.
Para la reflexión
¿Dónde crees que está la verdadera felicidad? ¿Qué caminos has recorrido hasta ahora para buscarla? ¿Cuáles han sido los resultados de tus esfuerzos? ¿Tienes el corazón libre para encontrarte con tus hermanos y hermanas?
Fernando Torres cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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