miércoles, 24 de junio de 2015

Crece dentro de mi


El niño se iba desarrollando físicamente y su espíritu se iba fortaleciendo. (Lucas 1, 80)
San Juan Bautista tuvo sin duda ciertos atributos muy impresionantes. Pero algo que lo distingue principalmente es que, incluso antes de nacer, brincó de gozo ante la presencia de la Virgen María, que en su seno llevaba a Jesús. Imagínese: era un bebé aún no nacido, incapaz de saber lo que sucedía en el exterior, pero aun así el dulce sonido del saludo de María a Isabel lo llenó del Espíritu Santo y le hizo saltar de alegría.

Esta reacción del bebé Juan nos hace recordar a Rebeca, la esposa de Isaac, que también sintió movimientos inusuales de los mellizos que llevaba en el vientre. Rebeca le preguntó al Señor por qué sucedía esto y la respuesta fue que había algo espiritual y profético que acontecía en su interior (Génesis 25, 20-23).

El rey David danzaba de alegría al ver que el Arca de la presencia divina llegaba finalmente a Jerusalén (2 Samuel 6, 14-15). Y el profeta Isaías escribió que en los tiempos venideros, cuando se hiciera manifiesta la gloria del Señor, hasta los cojos saltarían de gozo (Isaías 35, 4-6).

Todas estas manifestaciones demuestran que los seres humanos tenemos algo que nos permite reconocer a Dios, cualquiera sea nuestra condición o actividad. En realidad, es algo que está incorporado en el código genético con que Dios nos creó. Esta capacidad de reconocer al Señor no se limita a los bebés no nacidos ni a los grandes santos. Todos la tenemos, y es algo que el Espíritu Santo quiere vivificar en cada uno de sus fieles, para que también reconozcamos a Jesús con mayor claridad y nos regocijemos en su presencia.

Así pues, ¡saltemos de gozo junto con Juan Bautista! Después de todo, Jesucristo está presente para nosotros con tanta fuerza como lo estuvo para Juan, y más aún, ya que nosotros hemos sido bautizados en su vida resucitada. Hermano, ¡dile a Jesús lo feliz que te sientes de que te haya redimido! Alábalo por su gran misericordia y por su poder sanador. ¡Alégrate de pertenecerle a él y de ser parte de su Cuerpo Místico, la Iglesia!
“Amado Jesucristo, Señor y Salvador mío, me siento lleno de gozo por saber que tú vives en mí. Tu amor es tan poderoso que siento ganas de cantar y bailar en tu presencia.”

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