Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud.
Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes purificarme".
Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". Y al instante quedó purificado de su lepra.
Jesús le dijo: "No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio".
COMENTARIO
Estimados hermanos y hermanas en Cristo:
¡Paz y bien!
El relato evangélico de la curación del leproso se desarrolla en tres momentos: la solicitud de ayuda del enfermo, la respuesta de Jesús y las consecuencias de la curación. Ante la petición humilde y confiada del leproso, Jesús responde con gestos y palabras: “Extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero, queda limpio.»” (Mt 8,3). Jesús no se sitúa a una distancia de seguridad sino que se expone al contagio. Toca al leproso. Si el mal es contagioso, el bien también lo es. Y esa fue la consecuencia que produjo ese tocar al leproso: Jesús no se contagió de la lepra que excluía sino que contagió al leproso con la cura de la compasión.
Unos cuantos siglos más tarde, san Francisco de Asís repitió el mismo gesto cuando se encontró con un leproso. Entre las muchas experiencias que pasó en su juventud, el encuentro con el leproso, aunque no fue un momento fácil, fue el que tuvo más influencia en el proceso de su conversión. Llegar a tener el coraje de acercarse a los leprosos, de tocarlos, de cuidarlos, fue sin duda el punto culminante de un largo camino de transformación en la vida del joven de Asís. Él mismo lo relata en su testamento: “Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo” (Testamento 1-3). Francisco aprendió a tocar con amor la carne sufrida y excluida de los leprosos.
Muchas veces la Iglesia pone obstáculos en la vida de las personas, excluyéndolas de la participación plena en la vida de la Iglesia por tener “lepras morales”. En el Evangelio de hoy vemos que Jesús no sólo deja que un leproso se le acerque. Jesús además le toca, toca su misma vida, transformándola del todo. Para Jesús no hay barreras sanitarias, morales, éticas ni religiosas. Porque el amor rompe todos los muros que nos separan.
Pidamos este día la gracia de romper las barreras que nos distancian de los demás y que aprendamos a tocar la carne dolorida de tantos hermanos y hermanas que padecen la lepra de la indiferencia y la marginación.
¡Que tengan un buen día!
El relato evangélico de la curación del leproso se desarrolla en tres momentos: la solicitud de ayuda del enfermo, la respuesta de Jesús y las consecuencias de la curación. Ante la petición humilde y confiada del leproso, Jesús responde con gestos y palabras: “Extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero, queda limpio.»” (Mt 8,3). Jesús no se sitúa a una distancia de seguridad sino que se expone al contagio. Toca al leproso. Si el mal es contagioso, el bien también lo es. Y esa fue la consecuencia que produjo ese tocar al leproso: Jesús no se contagió de la lepra que excluía sino que contagió al leproso con la cura de la compasión.
Unos cuantos siglos más tarde, san Francisco de Asís repitió el mismo gesto cuando se encontró con un leproso. Entre las muchas experiencias que pasó en su juventud, el encuentro con el leproso, aunque no fue un momento fácil, fue el que tuvo más influencia en el proceso de su conversión. Llegar a tener el coraje de acercarse a los leprosos, de tocarlos, de cuidarlos, fue sin duda el punto culminante de un largo camino de transformación en la vida del joven de Asís. Él mismo lo relata en su testamento: “Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo” (Testamento 1-3). Francisco aprendió a tocar con amor la carne sufrida y excluida de los leprosos.
Muchas veces la Iglesia pone obstáculos en la vida de las personas, excluyéndolas de la participación plena en la vida de la Iglesia por tener “lepras morales”. En el Evangelio de hoy vemos que Jesús no sólo deja que un leproso se le acerque. Jesús además le toca, toca su misma vida, transformándola del todo. Para Jesús no hay barreras sanitarias, morales, éticas ni religiosas. Porque el amor rompe todos los muros que nos separan.
Pidamos este día la gracia de romper las barreras que nos distancian de los demás y que aprendamos a tocar la carne dolorida de tantos hermanos y hermanas que padecen la lepra de la indiferencia y la marginación.
¡Que tengan un buen día!
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