lunes, 22 de junio de 2015

LA LUCHA CONTRA LA VANIDAD

Cuando se tiene un encuentro personal con Dios, surge en el corazón la necesidad urgente de enderezar la propia vida. Sin embargo, en la lucha contra los propios pecados e inicio de la vida de oración, puede pasar que se comience a hacer cosas correctas por motivos errados. Por ejemplo quien nunca fue merodeado por aquel “observador incómodo”, tentando el pecado de la vanidad cuando se reza o se hace una buena obra? ¡Wow, qué virtuoso eres”, susurra el propio ego.


vaniddad

En el afan de una gloria vacía, el individuo desatento puede caer fácilmente en la trampa del demonio, construyendo un personaje piedoso diferente de sí y transformando su vida espiritual en una hipocresia farisaica. Esto constituye el triste fenómeno de la vida doble, cuando la persona pasa para los otros una imágen falsa de sí mismo, haciéndose pasar por santo y virtuoso, cuando en el fondo, no abandonó su vida pasada de pecado.

Otras personas, aunque sean muy sinceras, no saben qué hacer con esa “voz inoportuna”. ¿Cómo librarse del propio “yo” incitando la vanagloria todo el tiempo?

Importa, más que nada, identificar la enfermedad por detrás de esa tentación. El individio vanidoso se siente llamado solo en su ‘hacer’, mientras que su ser se tiene como algo negativo. Para compensar su baja estima y falta de amor proprio, entonces realiza varias actividades, intentando redimir de alguma forma su vacío y emprendiendo una búsqueda de aprobación y alabanza. Como castigo por su pecado, Dios retira Su mano de la persona y fatalmente, ella cae en el pecado. La reacción de tales almas a su caída es la peor posible, como indica el autor espiritual Lorenzo Scúpoli:
“El soldado presuntuoso fácilmente se engaña, juzgando haberse habituado a desconfiar de sí mismo y a confiar en Dios.”

Notarás que estás engañado cuando sufras tu primera caída.
Observe con atención el sentimiento que nazca en tu alma después de caer: si sientes una inquietud, como que una tristeza y una decepción que te lleva al desánimo y pueden llegar a la desesperanza, es señal segura de que estabas confiando en tu persona, no en Dios.

Porque quien desconfía de sí mismo casi totalmente, y confía en Dios enteramente, no se espanta ni se entristece con su caída. Sabe que lo que le pasó fue por su debilidad y poca confianza en Dios. Más desconfiado de sí, más y más confíe, humildemente en Dios.” [1]

La solución para este problema es colocarse realmente frente a Dios, el cual, del Cielo, mira directamente a aquel que ora, sondeando la profundidad más íntima de su ser. Frente al Señor entonces, y no de un observador loco y malicioso, él sabe que a pesar de que su hacer sea débil y él sea realmente pecador, como confesó con sinceridad el publicano de la parábola del Evangelio (Lc 18, 9-14), el Creador lo aprueba y lo ama en su ser: aún antes de que él naciese o pudiese llorar en el regazo de su madre, Dios lo creó y le dió la existencia.

De hecho, dice San Juan: “En esto consiste el amor, no fuimos nosotros los que amamos a Dios, sino que fue él quien nos amó y envió a su Hijo como ofrenda de expiación por nuestros pecados (1 Jn 4, 10). Solo por eso, “porque él nos amó primero”, “nosotros amamos” (1 Jn 4, 19). En la fe cristiana, el amor no es un moralismo o un intento insano de alcanzar el Cielo con las propias fuerzas, sino una discreta respuesta de gratitud a Aquel que nos amó hasta el despojamiento de sí mismo.

Es frente a El que se debe colocar a todo aquel que quiera hacer Su voluntad. Aléjense pues, todos los observadores incómodos y seductores de la vanidad. Acérquese de las almas, Señor nuestro, con Su mirada única, la misma que hizo cambiar de vida a Maria Magdalena, la misma que hizo entrar la salvación en la casa de Zaqueo (cf. Lc 19, 1-10); la misma que hizo que el Apóstol Pedro se arrepienta.. que Su mirada penetre el fondo de los corazones y como un fuego, queme la paja de la vanidad, enraizando el ser de los hombres en Su ser. El que ama el ser de todos los hombres y redime su hacer.

Padre Paulo Ricardo
1. SCÚPOLI, Lorenzo. O combate espiritual. Rio de Janeiro: Edições Louva de Deus, 1996. p. 18
Fuente Canción Nueva

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