Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".
Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".
COMENTARIO
Fernando Torres Pérez, cmf
Me encanta leer la segunda lectura de este gran día de fiesta que es la solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo. Ninguno de los dos comenzó muy bien la carrera de su vida. Los dos metieron la pata abundantemente. De Pedro tenemos numerosos ejemplos a lo largo de los evangelios. Baste citar la vez en que Jesús le tuvo que decir aquello de “apártate de mí, Satanás.” De Pablo sabemos que sus comienzos fueron un tanto fanáticos precisamente en contra de los cristianos.
Los dos hicieron un largo aprendizaje. Los dos se lanzaron a correr una carrera que sólo se apoyaba en la confianza en su maestro, en Jesús. Ese seguimiento les cambió la vida. Los dos mantuvieron la fe. Pablo, cuando siente que el fin está cerca, sigue confianza. Ha sentido la mano del Señor cerca de él a lo largo de su vida. Le ha salvado de muchos peligros. Para empezar le salvó de sí mismo cuando le llamó a seguirle. A él que dedicaba todas sus fuerzas a perseguir a los seguidores de Jesús.
La confianza. Ahí está la clave. La confianza no en las propias fuerzas sino en la gracia que levanta, que ayuda a crecer, que hace libres a las personas, que les empuja a predicar y construir el Reino con todas sus fuerzas. Desde ahora. Desde ya mismo.
Pedro y Pablo no fueron ejemplares toda su vida. Acumularon muchos errores. Para ser honestos no sabemos si en la balanza sus aciertos pesaron más que sus errores. No conocemos detalladamente su vida anterior. Pero lo cierto es que confiaron en el Señor. En el camino fueron aprendiendo, fueron creciendo, fueron madurando como discípulos. No se detuvieron a llorar sobre sus pecados. No se sintieron paralizados por sus errores. Más bien hicieron lo contrario: seguir caminando, seguir aprendiendo, seguir compartiendo su vida y su fe con los que se iban encontrando a lo largo del camino.
La respuesta a la pregunta de Jesús: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” la fueron dando y entendiendo poco a poco. Sólo llegaron a vivirla en plenitud al final del camino. Cuando la confianza en el Señor llegó a su plenitud. Y la muerte se convirtió apenas en una barrera mínima vencida para siempre por la fuerza del Señor resucitado.
Nosotros estamos en el mismo camino. Estamos llamados a la misma meta. Nuestra única arma es la fe y la confianza en Jesús. Y el camino no es otro que amar como Jesús nos amó.
Fernando Torres Pérez, cmf
Me encanta leer la segunda lectura de este gran día de fiesta que es la solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo. Ninguno de los dos comenzó muy bien la carrera de su vida. Los dos metieron la pata abundantemente. De Pedro tenemos numerosos ejemplos a lo largo de los evangelios. Baste citar la vez en que Jesús le tuvo que decir aquello de “apártate de mí, Satanás.” De Pablo sabemos que sus comienzos fueron un tanto fanáticos precisamente en contra de los cristianos.
Los dos hicieron un largo aprendizaje. Los dos se lanzaron a correr una carrera que sólo se apoyaba en la confianza en su maestro, en Jesús. Ese seguimiento les cambió la vida. Los dos mantuvieron la fe. Pablo, cuando siente que el fin está cerca, sigue confianza. Ha sentido la mano del Señor cerca de él a lo largo de su vida. Le ha salvado de muchos peligros. Para empezar le salvó de sí mismo cuando le llamó a seguirle. A él que dedicaba todas sus fuerzas a perseguir a los seguidores de Jesús.
La confianza. Ahí está la clave. La confianza no en las propias fuerzas sino en la gracia que levanta, que ayuda a crecer, que hace libres a las personas, que les empuja a predicar y construir el Reino con todas sus fuerzas. Desde ahora. Desde ya mismo.
Pedro y Pablo no fueron ejemplares toda su vida. Acumularon muchos errores. Para ser honestos no sabemos si en la balanza sus aciertos pesaron más que sus errores. No conocemos detalladamente su vida anterior. Pero lo cierto es que confiaron en el Señor. En el camino fueron aprendiendo, fueron creciendo, fueron madurando como discípulos. No se detuvieron a llorar sobre sus pecados. No se sintieron paralizados por sus errores. Más bien hicieron lo contrario: seguir caminando, seguir aprendiendo, seguir compartiendo su vida y su fe con los que se iban encontrando a lo largo del camino.
La respuesta a la pregunta de Jesús: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” la fueron dando y entendiendo poco a poco. Sólo llegaron a vivirla en plenitud al final del camino. Cuando la confianza en el Señor llegó a su plenitud. Y la muerte se convirtió apenas en una barrera mínima vencida para siempre por la fuerza del Señor resucitado.
Nosotros estamos en el mismo camino. Estamos llamados a la misma meta. Nuestra única arma es la fe y la confianza en Jesús. Y el camino no es otro que amar como Jesús nos amó.
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