Jesús dijo a sus discípulos:
No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban.
Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben.
Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.
La lámpara del cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará iluminado.
Pero si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!
Comentario al Evangelio
Pedro Belderrain, cmfEn mi ciudad de residencia, la bella villa de Madrid, hoy ha llovido con fuerza varias veces. Durante el día se han combinado ratos preciosos de sol radiante con cuartos de hora de intensísimas lluvias. El agua ha provocado cortes de tráfico, problemas en el transporte público, inundaciones. Los bomberos han tenido que arriesgarse para rescatar a alguna persona que se empeñaba en salvar del agua algunos objetos que consideraba valiosos.
¿Cuáles son nuestros tesoros? ¿Qué es para nosotros lo realmente importante en la vida? ¿Quiénes son de verdad nuestros ‘señores’?
Las ciencias sociales llevan décadas haciéndonos algunas observaciones interesantes. Una de ellas insiste en la importancia de la comunicación no verbal. Nuestra palabra tiene mucho valor, pero es refrendada o desacreditada por lo que transmitimos por otros caminos: gestos, tono de voz, aspecto externo… Todos conocemos ejemplos en un sentido y en otro.
Una vez más Jesús muestra un excepcional conocimiento de la condición humana: donde está nuestro tesoro está nuestro corazón. Demos la vuelta a la frase: las prioridades de nuestro corazón permiten descubrir qué consideramos realmente nuestro tesoro. ¿Qué tiene primacía en nuestro corazón, en nuestras ilusiones, en nuestros criterios de juicio? Ellos son los que hablan de nuestra verdadera escala de valores. ¿Cómo va nuestra conversión? (Sí, no se asusten, han leído bien: ¿cómo va nuestro crecimiento como discípulos?) ¿Es realmente el Evangelio tan importante para nosotros? ¿Lo son los valores del Reino? ¿Sigue habiendo en nuestra vida concreta muchas zonas o dimensiones sin evangelizar?
Cuidemos nuestra ‘mirada’: ¿desde dónde vemos la vida? ¿Y a las personas? ¿Qué son para nosotros los demás? ¿Y los especialmente necesitados? ¿Dejamos de verdad que el Espíritu conduzca nuestra vida?
Alguien puede pensar que son demasiadas preguntas para un viernes. No se apuren. Hoy en el salmo responsorial de la eucaristía recordamos que “el Señor libra a los justos de todas sus angustias”. Habla del mismo que invita a ir a él a todos los cansados y agobiados. Buen día el viernes, en el que el amor infinito del Resucitado se hace singularmente visible: ¡enhorabuena!
Tu hermano:
Pedro
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