Jesús dijo a sus discípulos: No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes. ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Deja que te saque la paja de tu ojo', si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.
COMENTARIO
Eguione Nogueira cmf
Estimados hermanos y hermanas en Cristo: ¡Paz y bien!
Con los verbos “ver”, decir” y sacar”, Jesús insiste en la actitud de no juzgar a las personas. Para eso, el Evangelio nos presenta la comparación entre la “viga en nuestro ojo” y la “mota en el ojo ajeno,” símbolos del que juzga y del que es juzgado. En la comparación ya se ve que hay una desproporción abismal entre una viga y una mota. Esa imagen tan exagerada de la “viga en el ojo” es una forma de decir que, al final, somos incapaces de ver al otro tal como es: un hermano, una hermana, a quien estoy llamado a amar y no a juzgar. Además, mirar la “mota en el ojo” del otro es dar una gran importancia a un detalle mínimo y olvidarse de que el otro es mucho más que sus errores. Es la actitud típica del que siempre está buscando los fallos en los demás.
Por mucho que nuestra intención al juzgar esté revestida de una apariencia de preocupación por la situación del otro, muchas veces nuestras correcciones no son más que una forma de disimular nuestras propias meteduras de pata. La “viga” del resentimiento, de la incoherencia, de los fracasos personales se terminan convirtiendo en las gafas a través de las que vemos a las personas. Y así nuestra mirada es una mirada hecha de prejuicios, una mirada muy limitada, una mirada miope.
Santa Teresa de Calcuta dijo una vez que “el que juzga a las personas no tiene tiempo para amarlas.” Es una cuestión de escoger: o juzgamos o amamos. Jesús escogió amar y hoy nos invita a hacer lo mismo. A los que las autoridades religiosas de su tiempo veían como pecadores, Jesús los miró y los acogió con amor.
Como Jesús estaba libre de todos esos prejuicios cuando se relacionaba con las personas, su mirada veía en ella mucho más que un pecador. Recordemos cuando se acercó a Leví, cobrador de impuestos, y le invitó a seguirlo. Enseguida se sentó a la mesa con muchos otros publicanos y pecadores (Mc 2,14-17). O su respuesta al grupo de escribas y fariseos que le presentaron la mujer encontrada en adulterio (Jn 8,2ss). O cuando entró en Jericó y vio a Zaqueo, aquel rico jefe de los publicanos de la zona, y se auto-invitó a ir a su casa y a quedarse en ella (Lc 19,1ss). Lo más probable es que todos esos con los que Jesús se encontró no tuvieran simplemente una “mota en el ojo” sino grandes y auténticas “vigas” según los criterios sociales y religiosos de aquel tiempo. Pero Jesús no juzgó su comportamiento sino que, con su presencia acogedora, les ofreció la posibilidad de cambiar.
Pidamos en este día la gracia de mirar a las personas con unos “ojos” evangélicos, libres de “vigas” y trabas, especialmente aquellas con las que nos cuesta más relacionarnos. Hoy te desafío a que llenes de amor todas tus relaciones.
¡Que tengan un buen día!
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