Parte I
La Sagrada Escritura compara al Espíritu Santo con el agua, o lo compara con el fuego. Ella quiere hacernos comprender que los carismas son una fuerza de vida; son también como llamas espirituales que nos mantienen espiritualmente encendidos, iluminados. Es la voluntad de Dios que este fuego jamás se apague en nuestros corazones. Por medio de enseñanzas y de las oraciones de este libro, la Palabra de Dios va a reavivar nuestra llama y hacerse vida en nosotros. Dios ha de concedernos la gracia de hacernos experimentar la dulzura y la fuerza de los dones espirituales. No seremos apenas unos lectores, sino testimonios de cómo el Señor interviene con su amor y sabiduría no sólo en la vida de los otros, sino también en la nuestra. No debemos, por lo tanto, ignorar que para conocer dones tan magníficos es necesario ser humilde y vencer la incredulidad. Es necesario ser humilde porque esos dones sobrepasan nuestra capacidad de comprensión. Es necesario vencer la no creencia porque más temprano o más tarde todos tenemos necesidad de que Dios intervenga en nuestra vida. Debemos, por lo tanto, aproximarnos a esos carismas con la recta intención de querer conocerlos, sin perder la conciencia de que todo lo que ya sabemos y experimentamos al respecto todavía es muy poco. Los que desprecian esos dones, y los que encuentran que ya entendieron todo lo que los envuelve poco saben sobre la importancia de la fe y del milagro.
Hay quienes desprecian esas manifestaciones del Espíritu Santo por causa del miedo. Esas personas niegan la actualidad de los milagros y quedan confundidos delante de ellos porque son una prueba incontestable de la existencia de realidades que ellos no controlan. Los milagros son manifestaciones desconcertantes de la existencia de un mundo sobrenatural. Cuando Dios actúa por los carismas, especialmente de sanación y milagros es como un destello que ciega, un susto en nuestras respuestas rápidas, un choque irresistible que hace al hombre descender del pedestal para colocarse de rodillas delante de su Creador. ¡Es Claro! Siempre hay quien sufre con la idea de que acontecimientos extraordinarios sean reales porque se siente inseguro al lidiar con cosas que desconoce. Algunos intentan aliviar sus preocupaciones rodeándose de aquello que consiguen dominar, y se sobrecargan de cuidados materiales, todavía nada de eso les da descanso. Su mundo es el mundo de las cosas que pasan, de aquello que puede ser controlado, de lo que se puede ver y medir. Pero la fe, así como el amor, no es algo que se pueda contabilizar, por esa razón los desprecian y sufren con el vacío que eso les deja en el alma.
Por otro lado, están aquellos que ya saben todo. Ni el mismo Dios es capaz de sorprenderlos. Para ellos los milagros son apenas capítulos de una historia que aconteció hace mucho tiempo. Afirman su fe en la obras de Jesús, pero no creen que se realizan todavía en los días de hoy. Y, porque no creen, tampoco los experimentan. Llegan incluso a decir que no importa si el Señor sanó a los enfermos de hecho, si multiplicó los panes, o si caminó sobre las aguas. Para ellos, solamente la enseñanza, la teoría por detrás de la historia, el significado de los milagros es lo que interesa. Pero, el hombre de fe no está en busca de teorías, y sí del auxilio divino. Fue así para las hermanas de Lázaro, para Jairo y su hija, para los ciegos, leprosos, paralíticos que fueron curados por Jesús. Dios no realiza milagros para probar su divinidad o demostrar poder. El hace lo que hace porque es bueno. Actúa para hacer el bien. La señal surge como consecuencia de su maravilloso amor por el ser humano.
Pido a Dios que te conceda un corazón humilde y deseoso de experimentar esos dones. El mundo en que vivimos tiene inmensa necesidad de hombres y mujeres comprometidos con el Espíritu Santo, personas que actúen con una fuerza divina, y sean ellas mismas una presencia viva de Dios a quien todo le es posible. Esa persona puedes ser tu.
Dios quiera que seas. Y el Espíritu Santo te mostrará cómo. Este libro apenas te va a ayudar.
La fe y el milagro caminan juntos, y hacen un bien inestimable a quienes lo experimentan. Son dones que abren al ser humano todas las puertas. Jesús mismo lo garantiza: todo es posible a quien cree. El milagro hace crecer la fe. Pero sin fe ningún milagro es posible. Veamos entonces que toda bendición y toda gracia se esconden primeramente por detrás del carisma de la fe. Pidamos al Señor de la vida que nos abra los ojos y el corazón a esa bendita realidad que la Sagrada Escritura define como don de milagros.
Márcio Mendes
Editorial Cançao Nova
Adaptación Del original em português.
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