Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia. (Mateo 16, 18)
Hoy celebramos a los dos pilares más importantes de la Iglesia primitiva, San Pedro y San Pablo. Desde el primer Pentecostés, se puso en evidencia el liderazgo de Pedro en toda la Iglesia. El primer Papa se trasladó de Jerusalén a Antioquía y de allí a Roma, desde la cual todos sus sucesores, desde hace dos mil años, trabajan en la construcción del Reino de Dios en la tierra, vale decir, la Iglesia, según las instrucciones del Señor.
La fe de Pedro y la roca firme de su apostolado como jefe de la Iglesia están encapsuladas en su confesión: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16, 16). Esta es la misma fe que planteaba Pablo cuando decía: “Nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, que es Jesucristo” (1 Corintios 3, 11). Si bien Pablo fue uno de los últimos apóstoles que confesó la fe en Cristo, bien puede argumentarse que él fue quien desarrolló las doctrinas de la fe que llegaron a ser la base de nuestro Credo y que continúan definiendo a la Iglesia hasta el día de hoy.
San Pedro y San Pablo dejaron establecido clara y enfáticamente que nuestra fe no es un asunto individual ni aislado; que no se trata solamente de “yo y Jesús”; es en realidad “Cristo y su Iglesia”, porque Dios jamás quiso que cada uno viviera separado de sus semejantes; jamás quiso que el cristianismo fuera una experiencia individual de cada uno. La dimensión que le dio a nuestra fe es colectiva, y por eso la experiencia que tengamos de la vida en el Espíritu se pone en acción poderosamente y se apoya con gran esperanza en el fiel y continuo testimonio de muchísimos otros creyentes.
Todos estamos llamados a ser pilares de la Iglesia, a proclamar a Jesucristo como Señor. De esta manera, asumiendo nuestra vocación cristiana y profesando la Majestad de Jesucristo, el Señor del Universo, también participamos en la edificación de la Iglesia, que comenzó principalmente con el liderazgo de San Pedro y la obra misionera de San Pablo.
Hoy celebramos a los dos pilares más importantes de la Iglesia primitiva, San Pedro y San Pablo. Desde el primer Pentecostés, se puso en evidencia el liderazgo de Pedro en toda la Iglesia. El primer Papa se trasladó de Jerusalén a Antioquía y de allí a Roma, desde la cual todos sus sucesores, desde hace dos mil años, trabajan en la construcción del Reino de Dios en la tierra, vale decir, la Iglesia, según las instrucciones del Señor.
La fe de Pedro y la roca firme de su apostolado como jefe de la Iglesia están encapsuladas en su confesión: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16, 16). Esta es la misma fe que planteaba Pablo cuando decía: “Nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, que es Jesucristo” (1 Corintios 3, 11). Si bien Pablo fue uno de los últimos apóstoles que confesó la fe en Cristo, bien puede argumentarse que él fue quien desarrolló las doctrinas de la fe que llegaron a ser la base de nuestro Credo y que continúan definiendo a la Iglesia hasta el día de hoy.
San Pedro y San Pablo dejaron establecido clara y enfáticamente que nuestra fe no es un asunto individual ni aislado; que no se trata solamente de “yo y Jesús”; es en realidad “Cristo y su Iglesia”, porque Dios jamás quiso que cada uno viviera separado de sus semejantes; jamás quiso que el cristianismo fuera una experiencia individual de cada uno. La dimensión que le dio a nuestra fe es colectiva, y por eso la experiencia que tengamos de la vida en el Espíritu se pone en acción poderosamente y se apoya con gran esperanza en el fiel y continuo testimonio de muchísimos otros creyentes.
Todos estamos llamados a ser pilares de la Iglesia, a proclamar a Jesucristo como Señor. De esta manera, asumiendo nuestra vocación cristiana y profesando la Majestad de Jesucristo, el Señor del Universo, también participamos en la edificación de la Iglesia, que comenzó principalmente con el liderazgo de San Pedro y la obra misionera de San Pablo.
“Amado Jesucristo, te doy gracias por llamarme a ser uno de tus discípulos. Lléname de tu amor y de fe, Señor, para que yo siempre proclame que tú eres mi Dios y Salvador, junto con todo tu pueblo.”
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