domingo, 7 de octubre de 2018

LOS DOS NO HACEN MAS QUE UNO SOLO


«Los dos no hacen más que uno sólo»

En la Biblia, la relación de  Dios con Israel viene expresada a través de las metáforas de los  desposorios y del matrimonio; y, por consiguiente, la idolatría es adulterio y prostitución… Pero el amor-eros de Dios por el hombre es al mismo tiempo y totalmente amor-agape. No tan sólo porque se nos da de manera absolutamente gratuita, sin ningún mérito anterior, sino porque es un amor que perdona… En la Biblia, pues, por una parte nos encontramos ante una imagen estríctamente metafísica de Dios : Dios es, de manera absoluta, la fuente originaria de todo ser; pero por otra parte, la razón primordial de ser de este principio creador de todas las cosas, es alguien que ama con toda la pasión de un verdadero amor. De esta manera, el amor-eros queda enoblecido al grado más alto y, al mismo tiempo, purificado hasta fundirse en uno solo con el amor-agape… La primera novedad de la fe bíblica consiste en esta imagen de Dios; la seguna, esencialmente unida a la primera, la encontramos en la imagen del hombre.

    El  relato bíblico de la creación habla de la soledad del primer hombre, Adán, a quien Dios ha querido dar una ayuda… La idea de que el hombre,  por su misma constitución,  sería incompleto, es decir, siempre en búsqueda del otro, de la parte que le falta para su integridad, o sea, la idea de que es sólo en comunión con el otro sexo que llega a «ser completo», está, sin duda, presente. El relato bíblico se concluye con una profecía que se refiere a Adán: «Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y los dos formarán una sola carne» (Gn 2,24).

    Aquí hay dos aspectos importantes: el eros está como enraizado en la misma naturaleza del hombre; Adán está en búsqueda y «deja a su padre y a su madre» para encontrar a su mujer; es solamente unidos que representan la totalidad de la humanidad, que llegan a ser «una sola carne». El segundo aspecto no es menos importante: según una orientación que tiene su origen en la creación, el eros llama al hombre al matrimonio, a un vínculo caracterizado por la unicidad y por lo definitivo; así, y solamente así, su destino en profundidad llega a su plenitud. La imagen del matrimonio monogámico se corresponde con la imagen del Dios del monoteísmo. El matrimonio, fundado sobre un amor exclusivo y definitivo aparece como la imagen de la relación de Dios con su pueblo, y recíprocamente: la manera de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano.

Benedicto XVI
papa 2005-2013
Encíclica «Deus caritas est», § 9-11

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