lunes, 8 de junio de 2015

CREER EN LO IMPOSIBLE

Creer en lo imposible

El Espíritu Santo nos enseña cómo hacerlo


Hay muchas cosas que, para la lógica natural, son imposibles y nos parece inútil tratar de explicarlas y menos creerlas, como por ejemplo, que en un solo Dios haya tres Personas distintas, o que una virgen conciba un hijo, o que un pedazo de pan se convierta en el Cuerpo de Cristo.

La lógica también puede decirnos que es imposible que el Espíritu Santo, que es eterno y divino, venga a habitar en el corazón humano.

Precisamente por esto, a veces no hay otra solución que la fe para aceptar como verdad lo que Jesús nos dice. De hecho, hay ocasiones en que el Señor quiere que le creamos aunque algo nos parezca ilógico: “Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios” (Lucas 18, 27).

¡Gracias a Dios por el Sacramento de la Confirmación! Porque este sacramento nos confiere la gracia necesaria para mantenernos unidos al Espíritu Santo, y el Espíritu nos ayuda a comprender y creer aquellas verdades que nos parecen imposibles de aceptar sólo en base a la lógica.

Demostraciones de poder. En su primera Carta a los Corintios, San Pablo declaró que el Evangelio no consiste en palabras convincentes sino en una “demostración del Espíritu y del poder de Dios, para que la fe de ustedes dependa del poder de Dios y no de la sabiduría de los hombres” (1 Corintios 2, 4-5).

Cuando pensamos en las demostraciones del Espíritu Santo, tal vez nos imaginamos cosas que para la lógica son “imposibles”, como los milagros, las curaciones instantáneas y otros prodigios. Pero aunque estos hechos son magníficos, no es sólo a estas cosas a las que se refería Pablo cuando hablaba de la “demostración del Espíritu y del poder de Dios”. Para él, y para todos los demás apóstoles, cada vez que una persona se convertía, esa era una demostración del poder divino.

Fue precisamente por la fuerza del Espíritu Santo que hubo tantos que llevaban una obvia vida de pecado que se convirtieron al Señor. ¡Claro que era milagroso cuando un grupo de conversos formaba una nueva comunidad cristiana y los fieles comenzaban a llevar una vida santa como hermanos en Cristo! Por ejemplo, cuando Timoteo y el matrimonio de Áquila y Priscila renunciaron a su vida anterior y se dedicaron a servir al Señor, lo hicieron porque el Espíritu Santo actuaba en ellos, dándoles una nueva visión para su vida y ellos la aceptaron junto con todas las cosas que cada uno tenía que cambiar en sus actitudes y conceptos de vida.

Queridos hermanos, el Espíritu Santo también puede hacer en nosotros lo mismo que hizo en los primeros creyentes y todos podemos experimentar su poder transformador, al punto de que los demás lo perciban. ¿Cómo se puede llegar a esto? Se puede si dedicamos tiempo a hacer oración en la presencia de Cristo y somos dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo, a fin de que él vaya poco a poco cambiando nuestros pensamientos y sentimientos y nos ayude a demostrar su bondad y su generosidad en nuestras relaciones con los demás. Esto sucede cada vez que tratamos a alguien con el amor y el respeto que toda persona merece, y sucede cada vez que ponemos nuestras manos y pies a disposición del Señor para sembrar semillas de fe, inspiración y unidad en nuestra iglesia y cuando nos disponemos a ser instrumentos del Espíritu Santo para orar por las necesidades de otros o para ayudar a alguien a aceptar el mensaje y el amor de Cristo.

El misterio de la sabiduría de Dios. Si queremos que los actos ordinarios de bondad y servicio demuestren la gracia y el amor de Dios, tenemos que ser receptivos a lo que Pablo denomina “la sabiduría oculta” y “el designio secreto” de Dios (1 Corintios 2, 7). A medida que entendamos y experimentemos esta sabiduría divina, podremos experimentar la fuerza del Espíritu Santo, porque la sabiduría y el poder actúan juntos.

Entonces, ¿qué es esta sabiduría misteriosa que el Espíritu quiere comunicarnos? Es el conocimiento de que Dios tiene algo maravilloso reservado para quienes le aman (1 Corintios 2, 9); es la revelación de que Dios tiene un plan para cada uno de sus hijos, el cual comprende la glorificación de los fieles junto con él en el cielo. Según la enseñanza de San Pablo, esta sabiduría la reciben sólo aquellos que están conscientes de la presencia del Espíritu Santo en su corazón y dispuestos a recibir la revelación divina. Para los incrédulos y los cristianos que no buscan la acción del Espíritu, este plan es una insensatez, porque les parece absurdo o ilusorio.

¿Te das cuenta de por qué es tan importante el Sacramento de la Confirmación? Es a través de la unción del Espíritu Santo que podemos empezar a comprender los planes y propósitos de Dios en nuestra vida, y es a través de los dones del Espíritu que podemos tener parte en el cumplimiento del glorioso plan que el Señor tiene para cada uno de sus hijos. Por eso, el Espíritu Santo está constantemente instándonos a profundizar nuestra relación con Dios a través de la oración y los sacramentos; está continuamente exhortándonos y capacitándonos para servir al Señor y edificar la Iglesia; está siempre instándonos a despojarnos de nuestros hábitos antiguos de mal genio, arrogancia, egoísmo y cosas parecidas y adoptar una nueva personalidad, fundamentada en el amor, la paciencia, la generosidad y la comprensión (Efesios 4, 22-24; Colosenses 3, 5-14; Filipenses 3, 13-16).

San Pablo afirma que “solamente el Espíritu de Dios sabe lo que hay en Dios” (1 Corintios 2, 11) y tal vez pensemos que esto significa que nunca vamos a poder entender los designios divinos, porque sólo el espíritu puede comprenderlos. Pero seguidamente el apóstol nos enseña que Dios ha derramado su espíritu sobre nosotros “para que entendamos las cosas que Dios en su bondad nos ha dado” (2, 12).

Hay mucho más. El Espíritu Santo quiere abrir nuestros ojos para que contemplemos los misterios de Dios, y no solamente escuchar acerca de la promesa de la vida eterna. El Espíritu Santo tiene mucho más que darnos. De hecho, quiere concedernos todo lo que necesitamos para llevar una vida espiritual y piadosa todos los días de nuestra existencia, hasta aquel día final en que nuestro Padre nos dé la bienvenida en la vida eterna que ha preparado para nosotros desde el comienzo de la creación.

Entonces, ¿qué más quiere hacer el Espíritu por nosotros? Quiere guiarnos y enseñarnos (Juan 14, 26), inspirar las palabras correctas cuando tratamos de dar testimonio del Señor (Lucas 12, 2); “ayudarnos en nuestras debilidades” y enseñarnos a rezar, e incluso rezar con nosotros (Romanos 8, 26). También quiere mostrarnos que la alianza que Dios estableció con sus hijos es eterna, y está basada en su amor incondicional e inquebrantable y en su misericordia infinita (Hebreos 10, 15-18).

Pero lo mejor de todo es que el Espíritu Santo quiere darnos la convicción de que somos hijos de Dios; quiere unirse a nuestro propio espíritu y exclamar “Abba, Padre” (Romanos 8, 15). Con demasiada frecuencia pensamos que Dios no es más que un juez severo y distante que está siempre observándonos desde el cielo, preparado para condenarnos por cada pecado que cometamos, o lo vemos como un policía celestial que espera la oportunidad de castigarnos. Pero Dios no es así en absoluto. Esta idea de Dios es completamente contraria a la manera en que Jesús describió al Padre, y opuesta a lo que el Espíritu Santo ha revelado a santos, teólogos y místicos a través de la historia.

Nuestro Padre celestial nos ama profundamente. De hecho, San Pablo dice que no hay nada que pueda separarnos de su amor (Romanos 8, 39), y que incluso si nosotros nos separamos de él a causa de nuestros propios pecados, él no se distancia de nosotros. Esto es algo que el Espíritu Santo quiere inculcarnos con toda claridad cada día: ¡que Dios nos ama! Si tú, querido lector, recuerdas solamente una idea de este artículo, que sea lo siguiente: a través del Sacramento de la Confirmación, el Espíritu Santo reafirma en tu corazón que Dios te ama, porque tú eres hijo suyo y él está siempre actuando para tu bien.

De la mano con el Espíritu. Jesús estaba “lleno del Espíritu Santo” (Lucas 4, 1), como también lo estaban María, Pedro, Esteban, Bernabé, Pablo y muchos otros (Lucas 1, 35; Hechos 4, 8; 7, 55; 11, 24; 13, 9) y a través del Sacramento de la Confirmación, nosotros también podemos estarlo. Aquellos que están llenos del Espíritu Santo saben cuán ancho, largo, alto y profundo es el amor de Dios (Efesios 3, 18) y saben que Dios les ha preparado un lugar en el cielo, y que ahora mismo el Señor les está ayudando a avanzar por el camino de la vida. Ellos saben todo esto porque el Espíritu Santo se lo ha comunicado en su corazón.

Tal vez esto parezca imposible, increíble o demasiado bueno para ser cierto, pero lo que realmente hace el Espíritu es que nos demuestra lo extremadamente generoso y bondadoso que es nuestro Padre celestial, tal como San Pablo lo explica con mucha elocuencia: “Dios ha preparado para los que lo aman, cosas que nadie ha visto ni oído, y ni siquiera pensado. Estas son las cosas que Dios nos ha hecho conocer por medio del Espíritu.” (1 Corintios 2, 9. 10).

Devocionario católico La Palabra en nosotros

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