lunes, 8 de junio de 2015

El Cuerpo y la Sangre de Cristo

Hoy, fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, celebramos la esencia misma de lo que significa ser hijos de Dios: nuestra Nueva Alianza con Dios sellada con la Sangre preciosa de Cristo. Por el hecho de que Jesús se ofreció como sacrificio vivo para redimir al género humano, ahora podemos reconciliarnos con nuestro Padre celestial e invitarlo a que haga su morada en nuestro corazón. Esta es la alianza que celebramos cada vez que nos congregamos para recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Sagrada Eucaristía.
Durante miles de años, el pueblo del Antiguo Testamento entendía que la vida estaba contenida en la sangre. Cuando los hijos de Israel entraron en una alianza con Yahvé en el Monte Sinaí, Moisés ratificó la alianza rociando la sangre de un toro sacrificado sobre la gente y sobre el altar (Éxodo 24, 3-8). El pueblo había aceptado a Yahvé como su Dios y la alianza entre ambos quedó sellada con sangre. Así, Dios y su pueblo quedaron unidos con un lazo de vida.
De un modo similar —pero mucho más eficaz— Jesús estableció la Nueva Alianza ofreciendo su propia sangre como sacrificio expiatorio por nuestros pecados (Hebreos 9, 11-15). La sangre de toros y carneros ya no era suficiente. Sólo la sangre vivificante del eterno Hijo de Dios hecho carne pudo restaurar la relación que durante siglos Dios había deseado establecer con su pueblo.
Esta es la maravilla del don del Cuerpo y la Sangre de Jesús en la Sagrada Eucaristía. Ya no simplemente nos comprometemos a vivir según la ley de Dios, sino que recibimos al Señor mismo, cuando comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre. Esta es la alianza que Dios había deseado desde antiguo establecer con su pueblo. Ahora, gracias a Cristo, que entregó su Cuerpo y su Sangre, todos los creyentes podemos entrar en una relación íntima y eterna con Dios expresada en la Nueva Alianza.
“Padre celestial, cada vez que recibo el Cuerpo y la Sangre de Jesús con el corazón agradecido y humilde, tu presencia crece más en mí. Por tu Espíritu Santo, revélame, Señor, las promesas que has querido darme en virtud de esta Nueva Alianza.”
-Meditando la Palabra-

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