lunes, 8 de junio de 2015

LA BATALLA DE LA FE

Cómo ganar la batalla espiritual
Desde los primeros días de la Iglesia, los sucesores de los apóstoles y los santos han afirmado que la vida cristiana es una batalla espiritual, en términos de la confrontación entre el bien y el mal, entre la verdad y la falsedad, entre Dios y Satanás y entre el cielo y el infierno.

A veces estos términos nos parecen demasiado simplistas o extremos, pero estas expresiones nos ayudan a darnos cuenta de que el diablo está siempre tratando de engañarnos para separarnos del Señor o alejarnos de él. Por eso, en esta edición de la revista daremos una mirada más detenida a esta lucha espiritual, a fin de que sepamos reconocer cuál es el camino a la victoria.


Objetivos encontrados. La mente es el regalo más valioso que Dios nos ha dado. Es aquella facultad que nos permite razonar, entender, imaginar, decidir y recordar. También es el lugar donde reside la conciencia, es decir, la capacidad de optar por lo bueno o lo malo, lo conveniente o lo dañino. Ahora sabemos que Dios quiere que usemos la mente para decidir nuestras acciones y lo hagamos con prudencia, de un modo que contribuya a la construcción de su Reino. El Señor quiere que usemos la voluntad, el intelecto y la imaginación para compartir el Evangelio toda vez que podamos, dar de comer a quienes pasan hambre y traer su justicia al mundo.

Pero Dios no nos ha dejado solos para hacer todo este trabajo. Él quiere ayudarnos; quiere darnos su sabiduría y su amor, para que nuestro razonamiento se transforme y aprendamos a pensar de una manera nueva. Incluso San Pablo llega a afirmar que aquellos que han recibido el Espíritu Santo tienen la “mente de Cristo” (1 Corintios 2, 16).

Esto suena muy esperanzador, pero no debemos olvidar que el demonio quiere algo muy distinto para nosotros: quiere separarnos de Dios y enemistarnos con los demás. Valiéndose del engaño, las acusaciones, la codicia, la lujuria y muchas otras tácticas, está siempre tratando de hacernos caer en el pecado. Lo que más desea es separarnos de Dios y endurecer nuestra conciencia para que seamos más propensos a pecar. Luego, cuando ya hemos caído en falta, nos susurra palabras de acusación para convencernos de que Dios nunca podrá perdonarnos. Así, utilizando una combinación de tentaciones y el sentido de culpa y vergüenza, el diablo trata de mantenernos en una constante condición de culpabilidad e indignidad para que no nos acerquemos al Señor ni le pidamos perdón.

Una historia de falsedad y engaño. ¡Qué astuta y dañina es la estrategia de Satanás! Una vez que comenzamos a considerar una idea engañosa que nos presenta el diablo y dejamos que esa mentira influya en nuestras acciones, otras falsedades nuevas y más graves empezarán a surgir. Estas nuevas mentiras refuerzan la mentira inicial y la amplían. Después de un tiempo, la razón se nos ha empañado del todo y ya no podemos discernir entre lo bueno y lo malo, y esto nos lleva a razonar que una acción de pecado no es tan grave después de todo y que puede ser aceptable, aunque esté claramente en contradicción con los mandamientos de Dios.

El Rey David es un buen ejemplo de este círculo vicioso de engaños que conducen al pecado mayor. Cuando vio a una mujer llamada Betsabé, que no era su esposa (2 Samuel 11 y 12), le gustó mucho y mandó que se la trajeran. La hizo su mujer y ésta quedó embarazada.

Estos son los hechos básicos de la historia. Pero uno se puede imaginar cómo estaba trabajando el diablo en forma oculta. Mediante la tentación, ya le había insinuado a David que tomara este camino de pecado. Entonces, después de haber cometido adulterio, Satanás incitó a David a aumentar la mentira, convenciéndolo de que pusiera a Urías, el marido de Betsabé, en el frente de batalla para que lo mataran y así cubrir su pecado y poder quedarse con ella. Así sucedió, pero no fue sino hasta que el profeta Natán lo encaró que al Rey David se le abrieron los ojos y reconoció la enorme maldad que había cometido. Humillado y avergonzado por lo que había hecho, David se arrepintió de corazón, y después de mucha penitencia logró restablecer su relación con Dios (Salmo 51).

Este episodio demuestra lo maligno y engañoso que es el diablo, y cómo las tentaciones pueden llevarnos a tomar decisiones que sabemos que son incorrectas, pero Satanás nos empuja a acallar la conciencia y de alguna manera nos convence de que ciertas acciones, que son claramente contrarias a los mandamientos de Dios, pueden ser aceptables en nuestra propia opinión. También demuestra que el diablo nos tienta principalmente en los aspectos de debilidad que tenemos. Si David hubiera prestado atención, probablemente se habría dado cuenta de que aquello que pensaba era una tentación y bien pudo haberla rechazado y alejarse del lugar.

Pero eso no es todo lo que nos dice la historia. También nos muestra lo misericordioso que es nuestro Padre celestial. No hay ningún pecado, por grave o perverso que sea, que él no pueda perdonar.

Estrategias de victoria. El diablo utiliza cualquier medio para tratar de derrotarnos. Nos sugiere pensamientos de indignidad y escaso amor propio o sentimientos de superioridad. Trata de agobiarnos con complejos de culpa y de silenciar nuestra conciencia a través de la arrogancia. A algunos los tienta a dar rienda suelta a expresiones o acciones de cólera, o bien a guardar las emociones y mantenerlas reprimidas. Por sobre todo, procura impedir que utilicemos el intelecto y la razón para dar gloria a Dios y se vale de cualquier estrategia para llevarnos a tomar decisiones de claro egoísmo, en contra de los planes de Dios. Cuando no rechazamos desde el principio las mentiras de Satanás, y más bien empezamos a considerarlas como posibilidades de alguna manera convenientes para alguna ventaja o beneficio personal, como lo hizo el Rey David, terminamos por hacernos daño unos a otros y lo peor de todo es que nos vamos separando de Dios cada vez más.

Entonces, ¿cómo podemos ganar esta batalla? He aquí algunas estrategias.

Haga un catálogo de verdades de la fe. Sería bueno que todos pudiéramos rezar pidiendo que un profeta como Natán nos enseñara a derribar las fortalezas de maldad de Satán. A lo mejor en su parroquia o en su familia hay una persona piadosa, como el profeta. Pero, ¿no sería mejor aprender a reconocer y rechazar las tentaciones del diablo por nosotros mismos? La verdad es que podemos decidirnos a seguir a Dios y rechazar al diablo sólo en la medida en que sepamos quién es Dios realmente y conozcamos su amor, sus gloriosos atributos y su plan de salvación para toda la humanidad. En esta misma página sugerimos algunas de estas verdades.

Soy hijo de Dios. Tan importante como hacer una lista de verdades de la fe es descubrir nuestra verdadera identidad como hijos de Dios. Satanás quiere convencernos de que no tenemos ningún Padre amoroso en el cielo y quiere despojarnos de la herencia eterna que el Señor ha destinado para sus hijos. Incluso le resta toda importancia al sacrificio de Cristo en la cruz y nos dice que en realidad no necesitamos a Dios. Pero usted, querido lector, no tiene por qué parecerse a un hijo que vive toda su vida en la pobreza ignorando que su padre le ha dejado una herencia de millones de dólares. ¡No! Más bien, reclame la herencia divina de la salvación que Cristo ganó para usted en la cruz.

Someta a Cristo todo pensamiento. En un nivel práctico, San Pablo nos aconseja someter todo “pensamiento humano… a Cristo, para que lo obedezca a él” (2 Corintios 10, 5). Cuando uno arraiga su razón profundamente en la verdad de quién Dios es y quién es uno como hijo suyo, usted estará en condiciones mucho mejores para contrarrestar los engaños de Satanás. Apoyado en esta sólida base de verdades, usted estará mejor equipado para examinar sus pensamientos y discernir si ellos están de acuerdo con el Señor.

Si brota en su corazón un gran amor por las verdades de Dios, usted puede aprender a razonar con un criterio espiritual acerca de las opiniones que el mundo tiene sobre cosas tales como el dinero y las amistades; puede aprender a cuestionar su pensamiento cuando se sienta tentado a ceder a la avaricia, la lujuria, el egoísmo y otros malos deseos de la carne (v. Gálatas 5, 19). Y cuando lo haga, descubrirá que el poder de Dios le ayuda a ver si sus pensamientos concuerdan con su deseo de complacer al Señor y tal vez adopte este mismo lema de San Pablo:

Piensen en todo lo verdadero, en todo lo que es digno de respeto, en todo lo recto, en todo lo puro, en todo lo agradable, en todo lo que tiene buena fama. Piensen en toda clase de virtudes, en todo lo que merece alabanza.(Filipenses 4, 8)

Creados para ser libres. El Señor quiere ayudarnos a ganar la batalla. Teniendo esta verdad firmemente afianzada en la mente, no tenemos por qué preocuparnos de nada. Más bien, en cualquier circunstancia, recurriendo a la oración, la petición y la acción de gracias, podemos decirle a Dios lo que necesitamos. Entonces, la paz de Dios, “que es más grande de lo que el hombre puede entender,” cuidará nuestros corazones y pensamientos por medio de Cristo Jesús (Filipenses 4, 6-7)

Dios nos ha dado el Espíritu Santo y también el Cuerpo y la Sangre de su único Hijo en la Sagrada Eucaristía. Estas provisiones pueden ser muy poderosas para ayudarnos a rechazar las mentiras del diablo. Ganar la batalla por la conquista de la mente no es tarea fácil. Pero no hay nada que nos satisfaga más, ni nada que sea más grato al Señor, que cuando llevamos una vida de victoria y confianza espiritual. ¡Claro que sí! ¡Porque Dios nos creó para que fuéramos libres!

Devocionario católico La palabra entre nosotros

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