Homilía de san Agustín sobre la Sagrada Eucaristía
Según la tradición de la Iglesia primitiva, sólo quienes habían sido bautizados estaban autorizados a permanecer en la Misa dominical después del rezo del Credo.
Por eso, para beneficio de los nuevos conversos en su diócesis, san Agustín (354-430) predicaba el sermón que sigue. En él, procuraba ayudar a los nuevos creyentes a entender los misterios que estaban a punto de ver y en los que iban a participar.
Es un sermón corto, especialmente para san Agustín. Por eso, no pierde tiempo alguno y va de lleno al grano: No sólo la hostia es el verdadero Cuerpo de Cristo; todos nosotros juntos también integramos el cuerpo de Jesús aquí en la tierra. Y puesto que somos su cuerpo, el santo nos insta a todos a vivir como el Cuerpo del Señor: con paz, unidad y amor del uno al otro. ¡Ojalá todos aceptemos y practiquemos de verdad sus palabras!
Tú eres el misterio. Lo que puedes ver sobre el altar, ya lo viste anoche; pero lo que era, lo que significaba, la gran realidad que contenía el sacramento, todavía no lo habías oído. Entonces, lo que puedes ver es pan y un cáliz; eso es lo que hasta tus ojos te dicen; pero en cuanto a aquello sobre lo que tu fe quiere ser instruida, el pan es el Cuerpo de Cristo, el cáliz es la Sangre de Cristo. Ciertamente no se requiere tiempo para decirlo, y eso tal vez sea suficiente para la fe; pero la fe desea recibir enseñanza. El profeta dice “Si ustedes no creen en mí, también irán a la ruina” (Isaías 7,9). Quiero decir que ustedes pueden decirme ahora: “Nos has pedido creer; ahora explícanos, para que podamos entender.”
Algún pensamiento como éste, después de todo, puede cruzarse por la mente de alguien: “Sabemos de dónde nuestro Señor Jesucristo tomó carne; de la Virgen María. Fue amamantado como un bebé, fue criado, creció, llegó a ser un hombre hecho y derecho, sufrió persecución de los judíos, fue colgado en el madero, fue descendido del madero, fue sepultado; resucitó al tercer día, y luego ascendió al cielo. Allá es hasta donde elevó su Cuerpo; de allí es de donde ha de venir para juzgar a vivos y muertos; allí es donde ahora está, sentado a la diestra del Padre. ¿Cómo puede el pan ser su Cuerpo? Y el cáliz, o lo que contiene el cáliz, ¿cómo puede ser su Sangre?”
La razón por la cual llamamos sacramentos a estas cosas, hermanos y hermanas, es que en ellas vemos una cosa, pero otra es lo que ha de entenderse. Lo que podemos ver tiene apariencia corporal, pero lo que ha de entenderse da fruto espiritual. Así, pues, si quieres entender el Cuerpo de Cristo, escucha al apóstol que dice a los fieles: “Ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es miembro de él” (1 Corintios 12,27). Lo que oyes y ves es “el Cuerpo de Cristo,” y tú contestas: “Amén.” Así pues, debes ser un miembro del Cuerpo de Cristo para que tu “amén” sea verdadero.
Un pan, un cuerpo. Entonces, ¿por qué pan? No demos nuestra propia opinión en esta materia, sigamos más bien escuchando al apóstol que dijo, hablando de este sacramento: “Nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos participamos de un mismo pan y de un mismo cáliz” (1 Corintios 10,17). ¡Entiende y alégrate! Unidad, verdad, piedad, amor. “Un mismo pan”; ¿cuál es este pan? El único cuerpo que formamos aunque somos muchos. Recuerda que el pan no está hecho de un solo grano, sino de muchos. Cuando eras catecúmeno y recibiste los exorcismos, fuiste como un grano que estaban triturando. Cuando te bautizaron fue como si te mezclaban en la masa. Cuando recibiste el fuego del Espíritu Santo, fuiste como el pan que estaba siendo horneado. Debes ser lo que ves, y recibir lo que eres.
Esto es lo que el apóstol dijo acerca del pan. Él ya ha demostrado con bastante claridad lo que debemos entender sobre el cáliz, aunque no lo haya dicho. Después de todo, así como se mezclan muchos granos de trigo para producir la apariencia visible del pan, es como si estuviera sucediendo lo que dice la Escritura Sagrada sobre los fieles: “Tenían un solo corazón y una sola alma” (Hechos 4,32); así también sucede con el vino. Hermanos y hermanas, basta recordar de qué está hecho el vino: las muchas uvas que tiene el racimo, pero el jugo de las uvas se vierte en un vaso. Así también es como Cristo el Señor nos hizo entender cómo quiso que nosotros le perteneciéramos a él, como consagró el sacramento de nuestra paz y unidad en su mesa. Todo el que reciba el sacramento de la unidad y no guarde el vínculo de la paz, no recibe el sacramento para su beneficio, sino como testimonio en contra de sí mismo.
Ahora, volviendo al Señor, Dios Padre todopoderoso, con el corazón purificado démosle abundantes y sinceras gracias, tantas como nos permita nuestra propia pequeñez; supliquémosle con toda el alma confiados en su inmensa y singular bondad, que se digne escuchar nuestras plegarias según lo que a él le complazca; también por su poder que expulse de nuestras acciones y pensamientos al enemigo, nos aumente la fe, guíe nuestra razón, nos conceda razonamientos espirituales, y nos lleve finalmente a la sublime dicha de su presencia. Por Jesucristo su Hijo. Amén.
Traducido de The Works of St. Augustine: Essential Sermons. Coypright © 2007, New City Press. Usado con permiso del Augustinian Heritage Institute.
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