Las heridas del corazón son reales y dolorosas
El arrepentimiento es la condición inicial para experimentar la sanación
“Estando Jeremías todavía preso en el patio de la guardia, la palabra de Yavé llego por segunda vez, de esta manera: Esto dice Yavé, que hizo la tierra, dándole forma y firmeza, y cuyo nombre es Yavé. Llámame y te responderé; te mostraré cosas grandes y secretas que tú ignoras. Pues, respecto de las casas de esta ciudad y de los palacios reales, que van a ser demolidos, para servir de trincheras y de muros de defensa contra los caldeos. Yavé, Dios de Israel, dice que esto no conducirá a otra cosa que a llenar la ciudad de cadáveres; allí estarán aquellos a quienes haya yo derribado con rabia y furor, y cuya maldad fue causa de que yo no quisiera mirar más a esta ciudad. Yo, sin embargo, me apresuraré a que se restablezcan y mejoren; les devolverá la salud y les haré gozar de mucha paz y seguridad. Cambiaré la suerte de Judá y la de Jerusalén y los volveré a construir como antes. Los limpiaré de todos esos pecados con que me ofendieron y se rebelaron contra mí. Y Jerusalén será para mí motivo de alegría, de honor y de gloria ante todas las naciones de la tierra. El mundo entero, al oír todo el bien que voy a hacer a los míos, se asustará y temblará de tanta felicidad y paz que les concederé” (Jer 33, 1-9).
Esta es la dirección del Señor para nosotros. Vivimos momentos difíciles en la Iglesia, podemos ver una humanidad que se han alejado de Dios. Dios no está todo el tiempo con una arma en la cabeza de las personas para que hagan lo que Él quiere, porque nos dio libre albedrío, poder de decisión.
Esta Palabra nos habla de un pueblo que optó por ser infiel a la Ley de Dios. Ellos se olvidaron de algo muy importante: eran el pueblo elegido, escogido por el Señor.
Quiero, hoy, hablar sobre una realidad. El reino estaba dividido, su pueblo se había apartado de Dios. Se levantó entonces, el profeta Jeremías, el más odiado de toda la Biblia, porque denunciaba el pecado de su pueblo. Amenazado de muerte, él pensó en desistir, pero volvió a Dios y confirmó: “Me sedujiste, y me he dejado seducir”. Él volvió a Dios, pero no dejar de ser perseguido.
Nuestras decisiones nos pueden poner en la misma condición de este pueblo. El pecado nos lleva a la muerte eterna. ¡Cuántas personas han despreciado a la Palabra del Señor! Ellas van a la iglesia, pero a la hora del ‘vamos a ver’, abandonan Jesús. A menudo, optamos por las perversidades del mundo moderno, aceptamos, confirmamos lo que es inaceptable. Apoyamos aquellos que son contra la vida, contra la Doctrina, contra las enseñanzas de Dios, contra el Magisterio de la Iglesia.
El pueblo de Israel fue contra las leyes del Señor Dios y pagó el precio. Existe, aquí, una consolación y una promesa que pasan por el arrepentimiento de los pecados, de los errores y de la infidelidad.
Este pueblo de Israel estaba en el exilio, no porque Dios no los amaba, sino porque hicieron lo que estaba mal. Pero el Señor, en Su bondad, trajo el remedio en la descendencia original. El arrepentimiento es la condición inicial para experimentar la sanación. Sea en nuestro interior o físico, la sanación no ocurre sin el arrepentirnos de nuestros pecados.
=> Necesitamos pedir perdón
Dios tiene un remedio para la humanidad, y este remedio es Su propio Hijo. Él es extremadamente enamorado por Su pueblo y da una forma de encontrarlo para que él vuelva. No importa lo que tu has vivido en los últimos tiempos, lo que importa es de aquí hacia adelante.
“Despreciado por los hombres y marginado, hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento, semejante aquellos a los que se les vuelve la cara, no contaba para nada y no hemos hecho caso de él” (Is 53,3). Aquel que viene sanarnos, en el día de hoy, era él más despreciado de todos. Como Él sentía, es como nos sentimos muchas veces. Pensamos, generalmente que somos los únicos sufriendo, pero eran nuestros dolores que Él llevaba sobre sus espaldas. Él estaba siendo traspasado por nuestras rebeldías y muchas veces, continuamos siendo rebeldes.
Hoy, por la conciencia de la cruz, asume que el Señor estaba siendo traspasado para tu liberación, para que tu seas liberado de la rebeldía.
Di ahora: “En nombre de Jesús, yo renuncio a Satanás y a tus ángeles. Yo quiero hacer parte del numero de los Suyos, Señor. Yo, ahora, renuncio definitivamente a todo espirito de rebeldía, y asumo, ahora, toda sanación, toda liberación, todo proyecto de felicidad y de paz para mi vida”.
Si miramos para la cruz, veremos como El fue herido por nuestros pecados, por eso tiene el poder de curarnos. Las heridas son reales, son dolorosas pero cuando reconocemos el misterio de la cruz, la fuerza del perdón de Dios, nuestra sanación comienza a realizarse concretamente. La razón de nuestras heridas, de la muerte espiritual es el pecado. Antes del pecado no había enfermedades.
El único pecado que no puede ser perdonado es contra el Espíritu Santo o sea no acoger el perdón de Dios. Cree que, hoy, el Señor está curando, liberando, yendo a tu dolor, visitandote y curándote.
“Si el Señor llevase en cuenta mis faltas, yo no subsistiría”. Existen personas que traen heridas muy doloresas en su interior porque están presas al pasado. Muchas que se prostituyeron, se vendieron, robaron, fueron a lugares lejos de la presencia de Dios y ya se confesaron pero aún no se perdonaron. La cruz es la seguridad de que nuestros pecados fueron perdonados.
=> Las enfermedades emocionales (Prédica del Padre Rufus en Canción Nueva)
No permitas que el diablo te eche en la cara palabras de acusación. La maldición que debería pesar sobre ti, por tus pecados, cayó sobre Jesús. ¡Eres libre! Con las heridas del Señor en la Cruz vino la cura para nosotros.
El sentimiento más común en nuestro corazón es el rechazo. La confesión de nuestros pecados nos libera y Jesús quiere que nos arrepintamos de ellos. El sentimiento de rechazo que es generado en nosotros nos enferma porque viene de quien no esperabamos. Existía una empatía, un amor, pero el rechazo provocó trastorno, frialdad espiritual. Necesitamos permitir que el Señor alcance los dolores reales de nuestro corazón.
Jesús también fue rechazado, comenzando por Su nacimiento. El no fue acogido en una casa, nació en un establo. Más tarde, Sus parientes sintieron vergüenza de lo que El hacia y decía. El Señor fue rechazado y lloró en Jerusalén porque el pueblo no quería su presencia. Yo creo que le dolió aún más la traición de Judas que lo clavó en la Cruz. Judas lo traicionó con un beso frío. Jesús dijo: “Mi amigo, con un beso me traicionas?”. Si el apóstol estuviese con el corazón abierto para Cristo en aquel momento, el no se habría suicidado. Jesús no cambia con Judas, sigue siendo el mismo, llamándolo amigo y acogiéndolo.
Pedro rechazó la presencia del Señor pero se arrepintió y cayó en lágrimas. Más tarde él se encontró con Jesús y fue perdonado.
¿Quién te rechazó? El rechazo es como una espada que entra en tu corazón. Jesús también pasó por eso y nos enseña el camino por el que debemos ir: el camino del perdón.
¿Cuándo nos cura Dios? Cuando tomamos conciencia de la herida que tenemos en el corazón y decidimos dar un paso diciendo: “Yo quiero ser transformado, cambiado, no quiero guardar más heridas de aquella persona, quiero perdonar”. Cuando tomas la decisión de perdonar, la sanación sucede. “Amen a vuestros enemigos, bendigan a los que los persiguen”. Tal vez ese sea el mandamiento más dificil que el Señor nos dio, pero no es imposible de vivir.
La sanación que Dios quiere hacer en nosotros no es momentánea, es para siempre.
Padre Roger Luis
Comunidad Canción Nueva – Encuentro de Sanación y Liberación 2014
Comunidad Canción Nueva – Encuentro de Sanación y Liberación 2014
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